PRÓLOGO
El Padre Baltasar Gracián y Morales nació en Belmonte, aldea de la ciudad de Calatayud, el 8 de Enero de 1601, de casa y familia infanzona. Tuvo por hermanos al P. Felipe Gracián, Clérigo Menor, Asistente de su Religión en Roma; al P. Fr. Pedro Gracián, Trinitario, que murió en la flor de su edad; al P. Fr. Raimundo Gracián, Carmelita Descalzo. Varones todos religiosos y literatos, como se ve en su Arte de Ingenio y Agudeza, Disc. 20, 13, 32 y 53. En el 25 dice que él se crió en Toledo en casa de su tío el Licenciado Antonio Gracián. Enseñó en la Compañía de Jesús letras humanas, filosofía y teología con el crédito que puede suponerse.
En la partida de bautismo se halla escrito Galacián, como todavía llama por Calatayud la gente del pueblo á la familia Gracián, que aún dura en la comarca.
Exacto religioso, celoso en los cargos de su profesión, grande orador, sabio filósofo, discreto, ingenioso y agudo sobre todo encarecimiento. Tan dulce y suave en el numen poético como en la ciencia y en la práctica del gobierno.
p. viiiTuvo por íntimos amigos á Manuel de Salinas, á Francisco Andrés de Ustarroz, el Solitario, y al famoso anticuario oscense Vincencio Juan de Lastanosa, el cual, según testimonio de su hijo Vincencio Antonio, publicó en Huesca las obras de Gracián contra la voluntad de su autor.
Revista de Archivos, t. VIII, 1877.
Fué Rector del Colegio de Tarragona y murió en el de Tarazona el 6 de Diciembre de 1658, de edad de cincuenta y ocho años.
Al pie del retrato del P. Gracián, que se hallaba en el claustro del Colegio de los PP. Jesuítas de Calatayud, y que hoy posee D. Félix Sanz de Larrea y reproducimos en esta edición, se lee:
«P. Balthasar Gracian ut iam ab ortu emineret in Bellomonte natus est prope Bilbilim, confinis Martiali patria, proximus ingenio, ut profunderet adhuc xristianas argutias Bilbilis, quae poene exhausta videbatur in aethnicis. Ergo augens natale ingenium innato acumine, scripsit Artem ingenii et arte fecit scibile, quod scibiles facit artes. Scripsit item Artem prudentiae et a se ipso artem didicit. Scripsit Oraculum et voces suas protulit. Scripsit Disertum ut se ipsum describeret. Et ut scriberet Heroem heroica patravit. Haec et alia eius scripta Mecenates Reges habuerunt, Iudicem admirationem, Lectorem Mundum, Tipographum Aeternitatem. p. ixPhilippus 4s saepe illius argutias inter prandium versabat, ne deficerent sales regiis dapibus. Sed qui plausus excitaverat calamo, deditus Missionibus excitavit planctus verbo, excitaturus desiderium in morte, qua raptus est 6 Decemb. 1658, sed aliquando extinctus aeternum lucebit.»
Las obras de Gracián son:
1. El Criticón. Primera Parte en la Primavera de la Niñez y en el Estío de la Juventud. En Madrid 1650. Publicólo antes D. Vincencio Juan de Lastanosa, amigo del autor, como escribe D. Vincencio Antonio de Lastanosa, hijo de aquel insigne literato y anticuario, en su manuscrito Habilitación de las Musas. Lo mismo hizo con la segunda y tercera partes. 2. El Criticón. Segunda Parte. Juiciosa y cortesana Filosofía en el Otoño de la varonil edad. En Huesca por Juan Nogués, 1653. 3. El Criticón. Tercera Parte. En el Invierno de la Vejez. En Huesca 1653.
Las tres partes de El Criticón se imprimieron en dos tomos en Madrid 1664 por Pablo de Val y en Barcelona el mismo año por Antonio Lacavallería.
4. El Héroe. En Madrid 1630. En Huesca publicado por Lastanosa en 1637. 5. Agudeza y Arte de Ingenio. Imprimióse en Huesca dos veces, años de 1648 y 1649. 6. El Discreto. Publicólo Lastanosa en Huesca 1645. Se reimprimió en Bruselas, 1665. 7. El Político Don Fernando el Católico, publicado por Lastanosa en Zaragoza, año de 1640. 8. Oráculo Manual y Arte de Prudencia, sacado de los Aforismos de las Obras de Lorenzo Gracián. Diólo á luz Lastanosa en Huesca, año de 1647, edición que se desconoce; hay otra anterior á la de Madrid de 1653. 9. Meditaciones varias para antes y después de la Sagrada Cop. xmunión, que salieron con el nombre de su autor, siendo Catedrático de Escritura, con el título de Comulgatorio y se imprimió en Zaragoza el 1655. 10. Máximas del P. Baltasar Gracián con respuestas á los Críticos del Hombre Universal, que se estampó en París. 11. El Varón Atento, de que hace mención el autor en el Arte de Ingenio y en el Discreto. 12. Selvas de todo el año en verso, que se publicaron por primera vez con las demás obras en Barcelona, 1734. 13. Diversos Poemas, que corren divididos.
Juntas todas estas obras se publicaron más tarde varias veces dentro y fuera de España, entre ellas en Madrid por Pablo de Val, en dos tomos, año 1664, Barcelona 1664, Amberes 1725, Barcelona 1757, Madrid 1773.
En todas ellas, en vez de su propio nombre Baltasar, salió el de Lorenzo Gracián, no se sabe la causa. Tal vez lo puso su editor Lastanosa, ya que las publicaba á disgusto de la modestia de su autor y aludiendo á S. Lorenzo, natural de Huesca.
Bien definió el vulgo el que lo definió: «El vulgo no es otra cosa, que una sinagoga de ignorantes presumidos y que hablan más de las cosas, cuanto menos las entienden.» Y no miréis al vestido ni á los zapatos para tener á uno por del vulgo. «Aunque sea un príncipe, en no sabiendo las cosas y queriéndose meter á hablar dellas, á dar su voto en lo que no sabe ni tiene, al punto se declara hombre vulgar y plebeyo». De estos hombres vulgares, que pasan por sabios y sonlo á veces en otras cosas, escribió el mismo autor: «Si dan en alabar á uno, si una vez cobra fama, p. xi aunque se eche después á dormir, él ha de ser un gran hombre. Aunque ensarte después cien mil disparates, dicen que son sutilezas y que es la primera cosa del mundo. Todo es que den en celebrarle. Y por el contrario, á otros, que estarán muy despiertos, haciendo cosas grandes, dicen que duermen y que nada saben».
Esto último le sucedió al autor de los renglones aquí citados, al satírico más hondo que ha criado España, al ignorado Baltasar Gracián. Por nebuloso é incomprensible se le califica, aunque ingenioso y sutil. Sin que yo ni nadie alcance á casar estos dos extremos de ingenioso é incomprensible, de sutil y nebuloso. Porque si la sutileza y el ingenio no sirven para ver y hacer ver claramente las cosas, sino antes para verlas y hacerlas incomprensibles y nebulosas, son una bien triste cualidad.
Lo que hay es que tan excelso ingenio como el de Gracián vuela muy alto para el vulgo, y el vulgo, según la definición que de él mismo hemos visto, abraza á más personajes, no sólo personillas, de lo que parece.
Yo apuesto que, si aquí asiento que Quevedo es mucho menos hondo, más superficial, menos filósofo que Gracián, los más de mis lectores lo echarán á exageración. Perdonen esos lectores, por muchos que sean, que les meta en la docena de ese vulgo y que me atreva á apuntarles, con todo el respeto que les debo, pero con toda la sinceridad que no menos les debo á ellos y me debo á mí mismo, que juzgan de Gracián y de Quevedo por lo que han oído, no porp. xii propio juicio: lo cual es cabalmente lo propio del vulgo.
¿Qué alaban, qué desalaban? «Hablaba uno por boca de ganso y otro murmuraba con hocico de puerco», repetiré con el mismo Gracián. El cual, como escondido jesuíta, que escribía en su rincón, sin meter la bulla que Quevedo, es para mí, sin quitarle nada á Quevedo, más grande que él; aunque para el vulgo fuera uno de los que dormían y sólo era sonado por su Agudeza y Arte de ingenio. El vulgo trompeteó esta obra de arte filosófico y no entendió ni pregonó El Criticón, obra de filosofía artística. En la una se muestra filósofo tratando acerca de la retórica y del arte, en la otra se muestra artista y escritor consumado tratando acerca de la más honda filosofía.
Quevedo, dice Farinelli, es inferior á Gracián en la profundidad, en la energía, en la originalidad del pensamiento filosófico. Quevedo tiene ideas geniales, que parecen y desaparecen como relámpagos. Gracián tiene ideas completas, fijas, duraderas. Quevedo toca sin penetrar, lleva consigo gran parte de la ciencia escolástica, se apoya con preferencia en otras autoridades, sacrifica voluntariamente su propio juicio, su razón y su lógica, sofoca el escepticismo al nacer en su ánimo, apenas se le pone la infalible é indiscutible tradición católica. No conoce ni regla ni sistema. Tiene menor capacidad y firmeza de pensamiento que Gracián y á la vez menos gusto. En Quevedo hay exuberancia de fantasía, en Gracián de reflexión. Quevedo es más poeta, Gracián más filósofo.
p. xiiiHago mío el juicio que él mismo da de Quevedo, en el cual se verá cómo escribía el filósofo aragonés: «Acertó á sacar unas (hojas) de tal calidad, que al mismo punto los circunstantes las apetecieron y unos las mascaban, otros las molían y estaban todo el día sin parar, aplicando el polvo á las narices. — Basta, dijo: que estas hojas de Quevedo son como las del tabaco, de más vicio que provecho, más para reir que para aprovechar.»
Las hojas de El Criticón ni las han apetecido ni menos mascado las gentes vulgares: son más para aprovechar y llorar, que para reir y enviciar las narices. Schopenhauer, que buscaba el provecho y el lloro, no el vicio ni la risa, fué el primero que las alabó y de ellas se aprovechó. Los españoles «abrazan todos los estranjeros, pero no estiman los propios». Bien ha sido menester venga un alemán á descubrirnos al vulgo de los españoles lo que no sabíamos apreciar.
Gracias que en el correr de los siglos el vulgo se hunde é hinca el pico para siempre jamás y los que verdaderamente entienden, por poquísimos que sean, con el andar de la Historia van haciéndose muchos y sus escritos siguen hablando á las nuevas generaciones. Es el triunfo, que el tiempo da á la verdad, encargándose á la vez de ir tapando la boca al vulgacho, harto de oirle vocear necedades los pocos días que de vida le concede.
Alcanza el mal sino hasta á los más esclarecidos ingenios. Pocos tan desconocidos y olvidados como el gran filóp. xivsofo aragonés, con ser bien pocos los que en España y aun fuera de ella puedan serle comparados. Fué demasiado hombre para un tiempo en que el ingenio español había bastardeado en ingeniosidad de bambolla, de palabrería huera, de burbujas de jabón. El culteranismo, el gongorismo carcomía y tranzaba el recio y frondoso árbol de la literatura.
Cada hombre es, en la mitad por lo menos, hijo de su tiempo. Gracián, arrastrado por la ley de naturaleza, también iba á serlo. Metióse á retórico, como los demás; pero, como no era cual los demás, sin dejar de ser de su tiempo, sobrepujó á todos y, en vez del culteranismo palabrero y hueco, sin sustancia, su obra retórica ensalzó lo único de bueno y verdadero, que en aquella desviación del gusto literario yacía sin echarlo nadie de ver, la Agudeza y Arte de ingenio. Dote, ciertamente del arte de escribir; pero que los tiempos aquellos le hicieron creer á Gracián era la única ó principal. En esto estuvo el error, que para mí más ha de atribuirse á su siglo, que al autor mismo. Todos le reconocieron como un maestro; aunque su escuela distaba tanto de la de Góngora como el alma del cuerpo, la sustancia del accidente, el concepto de la palabra: era la escuela conceptista, de la ingeniosidad del pensamiento, harto diferente de la fantasmagórica del retruécano, del puro juego de palabras, de la extravagancia de la metáfora.
Aun en su yerro fué grande.
Pusiéronle en las nubes y, cuando quiso aplicar su penetración, erudición, experiencia y maravillosas dotes dep. xv pensador á una obra honda de crítica moral, ya nadie le entendió. Andaban á pájaros y no vieron al gran filósofo, la cabeza baja, la mano en la mejilla. Hablaba como sabio á necios. El gusto se desvahaba en nubes sin sustancia.
Medio siglo después llegó el seudo-clasicismo de Francia con su regla y compás, con su tijera, hecha á recortar los evónimos y boneteros de los jardines de Versalles. Al cesto fueron de un golpe cuantos libros se habían escrito y leído en España durante dos centurias, por no compasarse con tan menguado compás y regla. Á vueltas iban también los feos y raquíticos tomos de El Criticón, infamemente salidos de las prensas de Huesca y que no había leído nadie.
Pero en sonando que suene una vez la voz del ingenio, tarde ó temprano recude de una ú otra parte. Esta vez recudió de Alemania. Cristiano Enrico Postel en su epístola De linguae Hispanae difficultate, elegantia et utilitate, llamaba á fines del siglo xvii á Gracián «unicus», «summus», añadiendo: «Huius viri sunt libri, quibus in eo genere orbis terrarum nil maius vidit. In stylo enim illo nemo tersior, in phrasibus nemo uberior, in metaphoris nemo iudiciosior, in maiestate nemo sublimior, in allusionibus nemo felicior.» En Alemania cayó la semilla de El Criticón como en tierra bien aparejada y dió sus frutos en los grandes pensadores que la ilustraron. Ha tratado este asunto Karl Borinski en su obra Baltasar Gracian und die Hofliteratur in Deutschland, Halle 1894. Obra que ademásp. xvi dió pie al gran erudito italiano y devotísimo de las cosas españolas Arturo Farinelli para escribir en la Revista crítica de historia y literatura españolas, portuguesas é hispano-americanas (año I, n. 2) un estudio crítico sobre Gracián, tan acabado, que harto mejor partido fuera haberlo puesto aquí en lugar de este malaliñado prólogo. Tomémosle al menos sus últimas palabras.
«No ha sido gloria pequeña de Gracián la de haber cautivado, en el atormentadísimo siglo que ahora baja al sepulcro, el corazón y la fantasía de Schopenhauer, el grande escudriñador pesimista de las quimeras humanas. Ni Gracián siquiera, el jesuíta solitario, apartado siempre de los torbellinos del mundo, destilando de su cerebro y de la sabiduría de sus libros favoritos la ciencia de la vida, la ciencia del hombre, que expuso con sagacidad deslumbradora en breves tratados y en la alegoría verdaderamente inmortal de El Criticón, el moralista agudo y amargo, convencido de la vanidad inmensa de todas las cosas humanas, ni Gracián, digo, hubiera soñado, aun en los más halagadores sueños, llegar á tal punto con sus doctrinas y fecundar, á la distancia de dos siglos, la ciencia y la experiencia de otros geniales pensadores.»
«¿Puede llegar á más nuestra desdicha?, decía Feijóo en 1751. Ó por mejor decir, ¿puede llegar á más nuestro oprobio, que el que los mismos extranjeros nos den en rostro con la desestimación de nuestros escogidos autores?» — Sí, había que responderle. La desdicha de los españolesp. xvii del siglo xx llega más allá. Sin el menor sonrojo han oído á los sabios alemanes é italianos, ingleses y franceses echárselo en cara, se han encogido de hombros y no han pensado en abrir El Criticón, de Gracián. Y hablo no de la plebe: para la plebe no son las obras de los grandes pensadores. ¿Cuántas personas cultas, cuántos literatos lo han leído? Cada uno de mis lectores sabe de sí. ¡Qué extraño es nos vengan después con que no ha habido pensamiento ni pensadores en España! No ha faltado quien ha dicho sobre el particular la última palabra de la desidia española: ¡Rarezas de Schopenhauer! Así se ha respondido á la frase aquella del famoso filósofo alemán, escribiendo á Keil en 1832: «Mi escritor favorito es este filosófico Gracián. He leído todas sus obras. Su Criticón es para mí uno de los mejores libros del mundo. De buena gana lo traduciría, si hallara un editor para imprimirlo.»
Las fuentes de donde bebió Gracián fueron tantas, que enzarzada tarea echará sobre sí el que emprenda comentarlo. Hombre de variadísima lectura, escudriñó en su lengua original los grandes pensadores griegos y romanos, el enjambre de políticos y moralistas, que se dieron en España durante los siglos xvi y xvii y, sobre todo, los más famosos entre los italianos. Aprovechóse de Platón, Aristóteles, Plutarco, Luciano, Tácito, Marcial y Séneca, entre los clásicos; de Guevara, Fox Morcillo (Regni Regisque institutione, 1556), Ginés de Sepúlveda (De Regno et Regis officiis, 1571), Juan de Torres (Filosofía moral de príncip. xviiipes, 1576), Alonso de Barros (Filosofía cortesana moralizada, 1587), C. de Bobadilla (Política para corregidores y señores de vasallos en tiempos de paz y de guerra, 1597), M. de Carvalho (Espejos de Príncipes y Ministros, 1598), Juan Márquez (El Gobernador cristiano, 1612), Juan de Salazar (Política española, 1619), Francisco de Barreda (El mejor Príncipe Trajano Augusto, 1622), Claudio Clemente (Machiavellismus iugulatus, 1637), Diego Niseno (El gran padre de los creyentes Abrahan, El Político del cielo, 1636—8), Mariana (De Rege), Agustín de Rojas (Buen repúblico), José Micheli Márquez (Deleite y amargura de las dos cortes, celestial y terrena, 1642), Quevedo, Antonio López de Vega, Pedro Fernández de Navarrete, Juan Eusebio Nieremberg, Vera y Zúñiga, Padilla Manrique (Idea de nobles y sus desempeños en aforismos, 1637—44), Antonio Pérez (Norte de príncipes, Aforismos), Saavedra Fajardo, Alonso de Ledesma, etc., etc., de entre los españoles; del Petrarca, Boscán, Maquiavelo, Alciato, Giovio, Doni, Guicciardini, Bentivoglio, Birago, Siri, y, sobre todo, de Malvezzi, Botero y Boccalini, entre los italianos.
Pero «el mejor libro del mundo es el mismo mundo», decía el mismo Gracián. Sus amigos Ustarroz, Lastanosa, Manuel de Salinas, llevábanle libros, que nunca hartaban su sed de leer; empero el hondo conocimiento del mundo, que supo pintar como nadie, los desengaños de la vida, la infelicidad humana en los vaivenes de la fortuna y hasta enp. xix sus más soterradas raíces, los disparates de los hombres, el reinado de la injusticia señoreándolo todo, la verdadera sabiduría, que desprecia los bienes aparentes y se yergue armada de valor y ceñido el corazón de santa saña para pelear oponiendo la milicia á la malicia, sin dejarse vencer á vista del poder del mal, todo eso no lo aprendió Gracián en los libros, que en los libros nadie lo aprendió; sino en las misiones á que á veces se dedicó, en la soledad y apartamiento á tiempos de los hombres, en la viva penetración de su poderosa inteligencia, en la nobleza y reciura aragonesa de su corazón.
Y en esto se parece á Nietzsche, más bien que á los grandes pesimistas Spinoza, Leopardi, Schopenhauer y Hartmann, de cuya filosofía dice con razón Farinelli ser la de Gracián el primer eslabón de la cadena. No se abate ni se somete y rinde el fiero aragonés á la resignación ni al quietismo, no quiere sufrir ni tolerar tan triste destino; sino que salta colérico, afila sus armas y se lanza denodado á la lucha de la vida, porque sabe que sólo el héroe, el esforzado combatiente, alcanza la victoria.
¿Cómo el hombre tiene que acometer á sus enemigos en la vida, cuáles cualidades del ánimo y del entendimiento tiene que desarrollar con preferencia, en cuál manera debe guiar su frágil navecilla en este borrascoso mar para llegar seguro al puerto, al sosiego deseado, á la quietud y al descanso? Tal es el problema, en cuya solución empeñó Gracián su pluma, intentando formar el varón perfecto y acap. xxbado, que se levante sobre el vulgo, discreto en el pensar, ingenioso en el decir, héroe en el obrar.
Si realismo es llevar al arte lo que hay de hecho en la realidad, aunque tamizado por el cerebro del artista, Gracián nada tiene de artista realista. No trae nada de fuera; lo saca de dentro, de su poderosa imaginación. Todos son símbolos, virtudes, vicios, cualidades personificadas, ya en personajes históricos, ya en puramente fantásticos. Las escenas en que tercian estos personajes simbólicos no son menos hijas de la fantasía de Gracián. Con todo es tal la preñez de realidad y de vida, que en la cabeza de este filósofo y artista soberano engendra personajes y escenas de pura fantasía, que bullen y hablan como si fueran personas de carne y hueso, solo que condensan los vicios, las virtudes, los conceptos abstractos, como no pudieran condensarlos los personajes reales. Es artista, no de fuera adentro, como los realistas; sino de dentro á fuera, como los verdaderos filósofos.
Pero para Platón lo únicamente real son las ideas, de las cuales los hombres y las cosas son puras sombras, que de ellas participan y por ellas son y viven, como viven y son las sombras por reflejar los seres reales. Los personajes de Gracián no son otros que las ideas platónicas y en este sentido más reales que los de los artistas realistas. No son condensaciones teatrales, muñecos tiesos, movidos siempre por resorte y torpe, esquinadamente, porque no parece han salido de la condensación de las cualidades de los seres vip. xxivos en un seco concepto; sino que metidos esos seres en la fragua del ingenio filosófico de Gracián, han brotado de ella en su primitiva forma de ideas platónicas, anteriores á la realidad.
Este simbolismo lo aprendió Gracián, según me sospecho, en la Cárcel de Amor, y, sobre todo, en Guzmán de Alfarache, donde hizo alguna vez primoroso alarde del género Mateo Alemán. Por eso llamó al escritor sevillano el escritor aragonés «el mejor y más clásico español».
Es Gracián el continuador de Séneca, de Mateo Alemán y de Quevedo, como satírico moralista; pero diferénciase de todos ellos por haber buscado más en lo hondo, sacando como personajes de su obra las puras ideas platónicas y dádoles con todo eso vida en un diálogo tan vivo y real como el Guzmán de Alfarache, obra de filósofo realista de fuera adentro. Tan variado y ligero es Gracián en su Criticón, como en sus Sueños es Quevedo, tan sentencioso y dogmático como en sus Epístolas Séneca. Gana á Séneca en lo ceñido, escultural y hondo de los dictámenes, á Mateo Alemán en el mismo realismo al modo dicho, á Quevedo en lo macizo, sistemático y escéptico de las doctrinas, á todos tres en la profundidad filosófica.
Óigase el juicio de Menéndez y Pelayo: «Talento de estilista de primer orden, maleado por la decadencia lip. xxiiteraria, pero así y todo, el segundo de aquel siglo en originalidad de invenciones fantástico-alegóricas, en estro satírico, en alcance moral, en bizarría de expresiones nuevas y pintorescas, en humorismo profundo y de ley, en vida y movimiento y efervescencia continua, de imaginación tan varia, tan amena, tan prolífica, sobre todo en su Criticón, que verdaderamente maravilla y deslumbra, atando de pies y manos el juicio, sorprendido por las raras ocurrencias y excentricidades del autor, que pudo no tener gusto, pero que derrochó un caudal de ingenio como para ciento.»
Ideas estéticas, t. II, vol. II, p. 535.
Este juicio del maestro me parece atinado, si al llamarle el segundo de su siglo miraba á Cervantes, como al primero de él; pero no, si miraba á Quevedo. Tampoco admito lo del mal gusto ni las excentricidades tratándose de El Criticón, aunque sí tratándose de algunas otras de sus obras.
Algo, muy poco, de la falsa bambolla, propia del tiempo, empaña alguna que otra vez el mismo Criticón; pero fuera de esto, el estilo es claro y transparente, como no suele serlo en sus obrillas menudas de estilo puramente sentencioso, y el lenguaje tan castizo y rico en modismos y rodeos castellanos como el de Cervantes, Mateo Alemán y Quevedo.
Cuanto á la profundidad de concepción de la obra total, á la fuerza y amargor de la sátira de la sociedad, al escudriñamiento de las almas y al conocimiento del mundo y de la vida, de lo cual nada dice Menéndez y Pelayo, nop. xxiii sólo es para mí El Criticón la obra más grande escrita en España, pero acaso en el mundo entero.
«Más obran quintas esencias, que fárragos», decía Gracián, y verdaderamente sus obras son quintas esencias. Gran artista de la palabra, maestro del arte de hablar le creyeron sus contemporáneos, y de hecho El Criticón es un raudal bullente y despeñado, que salta de un solo chorro y corre por entre peñascales sin el menor tropiezo, arrollándolo todo y cual si deslizase por un cauce de arena. Pero no es raudal de retórico desfrenado, no es folla ni soniquete huero; es raudal quintesenciado de acendradísimo oro, donde no huelga una frase ni desdice un pensamiento de la más elevada filosofía. Cada Crisi es un estudio acabado con maestría sin igual y las Crisis van creciendo en importancia cada vez mayor, y el teatro de la vida humana ensanchándose y las negras tintas, que sombrean las miserias de los hombres ennegreciéndose y ensombreciéndose por momentos. Las más profundas sentencias de los mayores pensadores han desaguado en El Criticón; pero hánse revestido de una tan nueva y desusada forma, hánse concentrado en un tan fuerte elixir, que están desconocidas y nos muestran el poder de aquel asombroso cerebro, que como ningún otro alcanzaba á alquitarar la expresión y dar espíritu á los pensamientos.
Era incapaz un tan hondo filósofo de aderezar una novela, por filosófica que fuese, metiendo en una acción y en unos personajes particulares la filosofía de la vida, como ellap. xxiv verbeneaba en su cabeza; tuvo que vaciar esa filosofía en símbolos condensados, en matrices de novelas, en un cuadro fantasmagórico de tanto alcance, que puede servir de clave á todas las novelas de hechos particulares, que artistas menos preñados de pensamientos y de más vagar que este pensador, verdaderamente volcánico, saben tomar de la realidad y describir despaciosamente.
Torno á repetirlo: Baltasar Gracián es el más grande pensador de la raza hispana y uno de los grandes pensadores de la humanidad. Leed El Criticón y lo veréis.
JULIO CEJADOR.
Á DON PABLO DE PARADA
CABALLERO DE CRISTO, GENERAL DE LA ARTILLERÍA Y GOBERNADOR DE TORTOSA
Si mi pluma fuera tan biencortada como la espada de V. S. cortadora, aun pareciera escusable la ambición del patrocinio; ya que no llegue á tanto, solicita una muy valiente defensa. Nació con V. S. el valor en su patria Lisboa, creció en el Brasil entre plausibles bravezas y ha campeado en Cataluña entre célebres victorias.
Rechazó V. S. al bravo Mariscal de la Mora en los asaltos, que dió á Tarragona por el puesto de San Francisco, que V. S. con su tercio y su valor tan bizarramente defendió. Desalojó después al que llamaban el invencible Conde de Arcuhurt, sacándole de las trincheras sobre Lérida, acometiendo con su regimiento de la Guarda el fuerte real, que ocupó y defendió contra el general recelo. Y desta calidad pudiera referir otras muchas facciones, aconsejadas primero de la prudencia militar de V. S. y ejecutadas después de su gran valor. Emula dél la felicidad, le asistió á V. S., siendo General de la flota, para que la condujese á España con tanta prosperidad y riqueza. Y de aquí se ha ocasionado aquella altercación entre los grandes Ministros, si es V. S. mejor para las armadas de mar ó para las de tierra, siendo eminente en todas. Por no hacer sospechosas estas verdades, aunque tan sabidas, con el afecto de amigo, quisiera hablar por boca de algún enemigo; pero ninguno le hallo á V. S. Sólo uno que, para desconocer obligaciones quiso afectarlo, no pudo. Pues él mismo decía, ¡brava cosa!, que: «Quisiera decir mal deste hombre y no hallo qué poder decir».
Pero lo que yo más celebro es que, siendo V. S. hombre tan sin embeleco, se haya hecho lugar en la mayor estimación de nuestro siglo.
El cielo le prospere. B. L. M. de V. S. su más apasionado
LORENZO GRACIÁN
Á QUIEN LEYERE
Esta Filosofía cortesana, el curso de tu vida en un discurso, te presento hoy, lector juicioso, no malicioso. Y aunque el título está ya provocando ceño, espero que todo entendido se ha de dar por desentendido, no sintiendo mal de sí.
He procurado juntar lo seco de la filosofía con lo entretenido de la invención, lo picante de la sátira con lo dulce de la épica, por más que el rígido Gracián lo censure, juguete de la traza en su más sutil que provechosa Arte de ingenio. En cada uno de los autores de buen genio he atendido á imitar lo que siempre me agradó, las alegorías de Homero, las ficciones de Esopo, lo doctrinal de Séneca, lo juicioso de Luciano, las descripciones de Apuleyo, las moralidades de Plutarco, los empeños de Eliodoro, las suspensiones del Ariosto, las crisis del Boquelino y las mordacidades de Barclayo. Si lo habré conseguido, siquiera en sombras, tú lo has de juzgar.
Comienzo por la hermosa naturaleza, paso á la primorosa arte y paro en la útil moralidad. He dividido la obra en dos partes, treta de discurrir lo penado, dejando siempre picado el gusto, no molido.
Si esta primera te contentare, te ofrezco luego la segunda, ya dibujada, ya colorida; pero no retocada y tanto más crítica, cuanto son más juiciosas las otras dos edades de quienes se filosofa en ella.
CRISI PRIMERA
Náufrago Critilo, encuentra con Andrenio, que le da prodigiosamente razón de sí.
Ya entrambos mundos habían adorado el pie á su universal monarca el católico Filipo. Era ya real corona suya la mayor vuelta, que el sol gira por el uno y otro hemisferio. Brillante círculo, en cuyo cristalino centro yace engastada una pequeña isla ó perla del mar ó esmeralda de la tierra. Dióla nombre augusta emperatriz, para que ella lo fuese de las islas, corona del océano. Sirve, pues, la isla de Santa Elena en la escala del un mundo al otro, de descanso á la portátil Europa y ha sido siempre venta franca, mantenida de la divina próvida clemencia en medio de inmensos golfos á las católicas flotas del oriente.
Aquí, luchando con las olas, contrastando los vientos y más los desaires de su fortuna, mal sostenido de una tabla, solicitaba puerto un náufrago, monstruo de la naturaleza y de la suerte, cisne en lo ya cano y más en lo canoro, que así exclamaba entre los fatales confines de la vida y de la muerte: ¡Oh vida! Vida.¡No habías de comenzar; pero, ya que comenzaste, no habías de acabar! No hay cosa más deseada ni más frágil que tú eres y el que una vez te pierde, tarde te recupera: desde hoy te estimaría como á perdida. Madrastra se mostró la naturaleza con el hombre, pues lo que le quitó de conocimiento al nacer, le restituye al morir: allí porque se perciban los bienes que se reciben y aquí porque se sientan los males que se conjuran.
¡Oh tirano mil veces de todo el ser humano aquel primero, p. 8 que con escandalosa temeridad fió su vida en un frágil leño al inconstante elemento! Vestido dicen que tuvo el pecho de aceros, mas yo digo que revestido de hierros. En vano la superior atención separó las naciones con los montes y los mares, si la audacia de los hombres halló puentes para trasegar su malicia. Todo cuanto inventó la industria humana ha sido perniciosamente fatal y en daño de sí misma. La pólvora es un horrible estrago de las vidas, instrumento de su mayor ruina y una nave no es otro, que un ataúd anticipado. Parecíale á la muerte teatro angosto de sus tragedias la tierra y buscó modo cómo triunfar en los mares, para que en todos elementos se muriese.
¿Qué otra grada le queda á un desdichado para perecer, después que pisa la tabla de un bajel, cadalso merecido de su atrevimiento? Con razón censuraba el Catón, aun de sí mismo, entre las tres necedades de su vida, el haberse embarcado por la mayor. ¡Oh suerte! ¡Oh cielo! ¡Oh fortuna! Aun creería que soy algo, pues así me persigues y, cuando comienzas, no paras hasta que apuras. Válgame en esta ocasión el valer nada, para repetir de eterno.
De esta suerte hería los aires con suspiros, mientras azotaba las aguas con los brazos, acompañando la industria con minerva. Grandes hombres.Pareció ir sobrepujando el riesgo, que á los grandes hombres los mismos peligros ó los temen ó los respetan. La muerte á veces recela el emprenderlos y la fortuna los va guardando los aires. Perdonaron los aspides á Alcides, las tempestades á César, los aceros á Alejandro y las balas á Carlos V. ¡Mas ay!, que, como andan encadenadas las desdichas, unas á otras se introducen y el acabarse una es de ordinario el engendrarse otra mayor. Cuando creyó hallarse en el seguro regazo de aquella madre común, volvió de nuevo á temer que, enfurecidas las olas, le arrebataban para estrellarle en uno de aquellos escollos, duras entrañas de su fortuna, Tántalo de la tierra, huyéndosele de entre las manos, cuando más segura la creía: que un desdichado, no sólo no halla agua en el mar, pero ni tierra en la tierra.
p. 9Fluctuando estaba entre uno y otro elemento, equívoco entre la muerte y la vida, hecho víctima de su fortuna, cuando un gallardo joven, ángel al parecer y mucho más al obrar, alargó sus brazos para recogerle en ellos, amarras de un secreto imán, si no de hierro, asegurándole la dicha con la vida. En saltando en tierra, selló sus labios en el suelo, logrando seguridades y fijó sus ojos en el cielo, rindiendo agradecimientos. Fuése luego con los brazos abiertos para el restaurador de su vida, queriendo desempeñarse en abrazos y en razones. No le respondió palabra el que le obligó con las obras; sólo daba demostraciones de su gran gozo en lo risueño y de su mucha admiración en lo atónito en el semblante. Repitió abrazos y razones el agradecido náufrago, preguntándole de su salud y fortuna y á nada respondía el asombrado isleño.
Fuéle variando idiomas de algunos que sabía; mas en vano, pues, desentendido de todo, se remitía á las extraordinarias acciones, no cesando de mirarle y de admirarle, alternando extremos de espanto y de alegría.
Dudara con razón el más atento ser inculto parto de aquellas selvas, si no desmintieran la sospecha lo inhabitado de la isla, lo rubio y tendido de su cabello, lo perfilado de su rostro, que todo le sobrescribía europeo. Del traje no se podían rastrear indicios, pues era sola la librea de su inocencia.
Discurrió más el discreto náufrago, si acaso viviría destituído de aquellos dos criados del alma, el uno de traer y el otro de llevar recados, el oir y el hablar. Desengañóle presto la experiencia, pues al menor ruido prestaba atenciones prontas sobre el imitar con tanta propiedad los bramidos de las fieras y los cantos de las aves, que parecía entenderse mejor con los brutos, que con las personas: tanto pueden la costumbre y la crianza. Entre aquellas bárbaras acciones rayaba como en vislumbres la vivacidad de su espíritu, trabajando el alma, por mostrarse: que donde no media el artificio, toda se pervierte la naturaleza.
Crecía en ambos á la par el deseo de saberse las fortunas yp. 10 las vidas; pero advirtió el entendido náufrago que la falta de un común idioma les tiranizaba esta fruición. Es el hablar efecto grande de la racionalidad: que quien no discurre, no conversa. Conversación. Habla, dijo el filósofo, para que te conozca. Comunícase el alma noblemente, produciendo conceptuosas imaginaciones de sí en la mente del que oye, que es propiamente el conversar. No están presentes los que no se tratan ni ausentes los que por escrito se comunican. Viven los sabios varones ya pasados y nos hablan cada día en sus eternos escritos, iluminando perennemente los venideros. Participa el hablar de lo necesario y de lo gustoso. Que siempre atendió la sabia naturaleza á hermanar ambas cosas en todas las funciones de la vida. Consíguense con la conversación á lo gustoso y á lo presto las importantes noticias y es el hablar atajo único para el saber. Hablando los sabios engendran otros y por la conversación se conduce al ánimo la sabiduría dulcemente.
De aquí es que las personas no pueden estar sin algún idioma común para la necesidad y para el gusto. Que aun dos niños, arrojados de industria en una isla, se inventaron lenguaje para comunicarse y entenderse. De suerte que es la noble conversación hija del discurso, madre del saber, desahogo del alma, comercio de los corazones, vínculo de la amistad, pasto del contento y ocupación de personas.
Conociendo esto el advertido náufrago, emprendió luego el enseñar á hablar al inculto joven y púdolo conseguir fácilmente, favoreciéndole la docilidad y el deseo. Comenzó por los nombres de ambos, proponiéndole el suyo, que era el de Critilo, imponiéndole á él el de Andrenio, que llenaron bien el uno en lo juicioso y el otro en lo humano. El deseo de sacar á luz tanto concepto por toda la vida repasado y la curiosidad de saber tanta verdad ignorada picaban la docilidad de Andrenio.
Ya comenzaba á pronunciar, ya preguntaba y respondía. Probábase á razonar, ayudándose de palabras y de acciones. Y tal vez lo que comenzaba la lengua lo acababa de exprimir el gesto. Fuéle dando noticia de su vida á centones y á remiendos, tanto más extraña, cuanto menos entendida. Y muchas veces se achacaba al no acabar de percibir lo que no se acababa de creer. Mas, cuando ya pudo hablar seguidamente y con igual copia de palabras á la grandeza de sus sentimientos, obligado de las vivas instancias de Critilo y ayudado de su industria, comenzó á satisfacerle de esta suerte.
Conocimiento. Yo, dijo, ni sé quién soy ni quién me ha dado el ser ni para qué me le dió. ¡Qué de veces y sin voces me lo pregunté á mí mismo, tan necio como curioso! Pues, si el preguntar comienza en el ignorar, mal pudiera yo responderme. Argüíame tal vez para ver si empeñado me excedería á mí mismo. Duplicábame aun no bien singular, por ver si, apartado de mi ignorancia, podría dar alcance á mis deseos. Tú, Critilo, me preguntas quién yo soy y yo deseo saberlo de ti. Tú eres el primer hombre, que hasta hoy he visto y en ti me hallo retratado más al vivo, que en los mudos cristales de una fuente, que muchas veces mi curiosidad solicitaba y mi ignorancia aplaudía. Mas, si quieres saber el material suceso de mi vida, yo te lo referiré, que es más prodigioso, que prolijo.
La vez primera, que me reconocí y pude hacer concepto de mí mismo, me hallé encerrado dentro de las entrañas de aquel monte, que entre los demás se descuella: que aun entre peñascos debe ser estimada la eminencia. Allí me ministró el primer sustento una de éstas, que tú llamas fieras y yo llamaba madre, creyendo siempre ser ella la que me había parido y dado el ser que tengo: corrido lo refiero de mí mismo.
Niñez.Muy propio es, dijo Critilo, de la ignorancia pueril el llamar á todos los hombres padres y á todas las mujeres madres. Y al modo que tú hasta una bestia tenías por tal, creyendo la maternidad en la beneficencia, así el mundo en aquella su ignorante infancia á cualquier criatura su bienhechora llamaba padre y aun le aclamaba Dios.
Así yo, prosiguió Andrenio, creía madre la que me alimenp. 12taba fiera á sus pechos. Me crié entre aquellos sus hijuelos, que yo tenía por hermanos, hecho bruto entre los brutos, ya jugando y ya durmiendo. Dióme leche diversas veces que parió, partiendo conmigo de la caza y de las frutas, que para ellos traía. Á los principios no sentía tanto aquel penoso encerramiento; antes con las interiores tinieblas del ánimo desmentía las exteriores del cuerpo y con la falta de conocimiento disimulaba la carencia de la luz, si bien algunas veces brujuleaba unas confusas vislumbres, que dispensaba el cielo á tiempos por lo más alto de aquella infausta caverna.
La luz de la razón.Pero, llegado á cierto término de creer y de vivir, me salteó de repente un tan extraordinario ímpetu de conocimiento, un tan grande golpe de luz y de advertencia, que revolviendo sobre mí, comencé á reconocerme, haciendo una y otra reflexión sobre mi propio ser.
¿Qué es esto?, decía, ¿soy ó no soy? Pero, pues vivo, pues conozco y advierto, ser tengo. Mas si soy, ¿quién soy yo? ¿Quién me ha dado este ser y para qué me lo ha dado? Para estar aquí metido: ¡grande infelicidad sería! ¿Soy bruto como éstos? Pero no, que observo entre ellos y entre mí palpables diferencias: ellos están vestidos de pieles, yo desabrigado, menos favorecido de quien nos dió el ser.
También experimento en mí todo el cuerpo muy de otra suerte proporcionado, que en ellos: yo río y yo lloro, cuando ellos aúllan: yo camino derecho, levantando el rostro hacia lo alto, cuando ellos se mueven torcidos é inclinados hacia el suelo. Todas éstas son bien conocidas diferencias y todas las observaba mi curiosidad y las confería mi atención conmigo mismo.
Crecía de cada día el deseo de salir de allí, el conato de ver y saber, si en todos natural y grande, en mí como violentado, insufrible; pero, lo que más me atormentaba era ver que aquellos brutos, mis compañeros, con extraña ligereza trepaban por aquellas inhiestas paredes, entrando y saliendo libremente, siempre que querían y que para mí fuesen inaccesibles, sintiendo con igual ponderación que aquel gran don de la libertad á mí solo se me negase.
Probé muchas veces á seguir aquellos brutos, arañando los peñascos, que pudieran ablandarse con la sangre que de mis dedos corría. Valíame también de los dientes; pero todo en vano y con daño, pues era cierto el caer en aquel suelo, regado con mis lágrimas y teñido con mi sangre. Á mis voces y á mis llantos acudían enternecidas las fieras, cargadas de frutas y de caza, con que se templaba en algo mi sentimiento y me desquitaba en parte de mis penas.
¡Qué de soliloquios hacía tan interiores, que aun este alivio del habla exterior me faltaba! ¡Qué de dificultades y dudas trababan entre sí mi observación y mi curiosidad, que todas se resolvían en admiraciones y en penas!
Era para mí un repetido tormento el confuso ruido de estos mares, cuyas olas más rompían en mi corazón, que en estas peñas. ¿Pues qué diré, cuando sentía el horrísono fragor de los nublados y sus truenos? Ellos se resolvían en lluvia; pero mis ojos en llanto. Lo que llegó ya á ser ansia de reventar y agonía de morir era que á tiempos, aunque para mí de tarde en tarde, percibía acá fuera unas voces como la tuya, al comenzar con grande confusión y estruendo; pero después poco á poco más distintas, que naturalmente me alborozaban ó se me quedaban muy impresas en el ánimo.
Bien advertía yo que eran muy diferentes de las de los brutos, que de ordinario oía. Y el deseo de ver y de saber quién era el que las formaba y no poder conseguirlo me traía á extremos de morir. Poco era lo que unas y otras veces percibía; pero discurríalo tan mucho, como de espacio.
Concierto de el Universo. Una cosa puedo asegurarte, en que imaginé muchas veces y de mil modos, lo que habría acá fuera, el modo, la disposición, la traza, el sitio, la variedad y máquina de cosas, según lo que yo había concebido; jamás di en el modo ni atiné con el orden, variedad y grandeza de esta gran fábrica, que vemos y admiramos.
¡Qué mucho, dijo Critilo, pues, si aunque todos los entendimientos de los hombres, que ha habido ni habrá, se juntaran antes á trazar esta gran máquina del mundo y se les consultara cómo había de ser, jamás pudieran atinar á disponerla! ¿Qué digo el universo? La más mínima flor, un mosquito, no supieran formarlo. Sola la infinita sabiduría de aquel supremo Hacedor pudo hallar el modo, el orden y el concierto de tan hermosa y perenne variedad.
Pero, díme, que deseo mucho saberlo de ti y oírtelo contar, ¿cómo pudiste salir de aquella tu penosa cárcel, de aquella sepultura anticipada de tu cueva? Y sobre todo, si es posible el exprimirlo, ¿cuál fué el sentimiento de tu admirado espíritu, aquella primera vez que llegaste á descubrir, á ver, á gozar y admirar este plausible teatro del universo?
Aguarda, dijo Andrenio, que aquí es menester tomar aliento para relación tan gustosa y peregrina.
CRISI II
El gran teatro del universo
Luego que el supremo Artífice tuvo acabada esta gran fábrica del mundo, dicen trató repartirla, alojando en sus estancias sus vivientes. Convocólos todos, desde el elefante hasta el mosquito. Fuéles mostrando los repartimientos y examinando á cada uno, cuál de ellos escogía para su morada y vivienda. Respondió el elefante que él se contentaba con una selva, el caballo con un prado, el águila con una de las regiones del aire, la ballena con un golfo, el cisne con un estanque, el barbo con un río y la rana con un charco.
La ambición humana. Llegó el último el primero, digo el hombre y, examinado de su gusto y de su centro, dijo que él no se contentaba con mepnos, que con todo el universo y aún le parecía poco. Quedaron atónitos los circunstantes de tan exorbitante ambición; aunque no faltó luego un lisonjero, que defendió nacer de la grandeza de su ánimo.
Pero la más astuta de todos: Eso no creeré yo, les dijo; sino que procede de la ruindad de su cuerpo. Corta le parece la superficie de la tierra y así penetra y mina sus entrañas en busca del oro y de la plata, para satisfacer en algo su codicia. Ocupa y embaraza el aire con lo empinado de sus edificios, dando algún desahogo á su soberbia. Surca los mares y sonda sus más profundos senos, solicitando las perlas, los ámbares y los corales, para adorno de su bizarro desvanecimiento. Obliga todos los elementos á que le tributen cuanto abarcan, el aire sus aves, el mar sus peces, la tierra sus cazas, el fuego la sazón, para entretener, que no satisfacer su gula. ¡Y aún se queja de que todo es poco! ¡Oh monstruosa codicia de los hombres!
Tomó la mano el soberano Dueño y dijo: Mirad, advertid, sabed que al hombre le he formado yo con mis manos para criado mío y señor vuestro y como rey, que es, pretende señorearlo todo. Pero entiende, oh, hombre, aquí hablando con él, que esto ha de ser con la mente, no con el vientre; como persona, no como bestia. Señor has de ser de todas las cosas criadas, pero no esclavo de ellas; que te sigan, no te arrastren. Todo lo has de ocupar con el conocimiento tuyo y reconocimiento mío: esto es, reconociendo en todas las maravillas criadas las perfecciones divinas y pasando de las criaturas al Criador.
Á este grande espectáculo de prodigios, si ordinario para nuestra acostumbrada vulgaridad, extraordinario hoy para Andrenio, sale atónito á lograrlo en contemplaciones, á aplaudirlo en pasmos y á referirlo de esta suerte.
Era el sueño, proseguía, el mismo vulgar refugio de mis penas, especial alivio de mi soledad. Á él apelaba de mi continuo tormento y á él estaba entregado una noche, aunque para míp. 16 siempre lo era, con más dulzura que otras, presagio infalible de alguna infelicidad cercana.
Y así fué, pues me lo interrumpió un extraordinario ruido, que parecía salir de las más profundas entrañas de aquel monte. Conmovióse todo él, temblando aquellas firmes paredes. Bramaba el furioso viento, vomitando en tempestades por la boca de la gruta. Comenzaron á desgajarse con horrible fragor aquellos duros peñascos y á caer con tan espantoso estruendo, que parecía quererse venir á la nada toda aquella gran máquina de peñas.
La instabilidad.Basta, dijo Critilo, que aun los montes no se libran de la mudanza, expuestos al contraste de un terremoto y sujetos á la violencia de un rayo, contrastando la común estabilidad su firmeza.
Pero, si las mismas peñas temblaban ¿qué haría yo? prosiguió Andrenio. Todas las partes de mi cuerpo parecieron quererse desencajar también, que hasta el corazón dando saltos, no hice poco en detenerlo. Fuéronme destituyendo los sentidos y halléme perdido de mí mismo, muerto y aun sepultado entre peñas y entre penas.
El tiempo, que duró aquel eclipse del alma, paréntesis de mi vida, ni pude yo percibirlo ni de otro alguno saberlo. Al fin, ni sé cómo ni sé cuándo, volví poco á poco á recobrarme de tan mortal deliquio. Abrí los ojos á lo que comenzaba á abrir el día.
Día claro, día grande, día felicísimo, el mejor de toda mi vida: notélo bien con piedras y aun con peñascos. Reconocí luego quebrantada mi penosa cárcel y fué tan indecible mi contento, que al punto comencé á desenterrarme, para nacer de nuevo á todo un mundo, en una bien patente ventana, que señoreaba todo aquel espacioso y alegrísimo hemisferio.
Fuí acercándome dudosamente á ella, violentando mis deseos; pero ya asegurado, llegué á asomarme del todo á aquel rasgado balcón del ver y del vivir. Tendí la vista aquella vez primera por este gran teatro de tierra y cielo. Toda el alma, con extraño ímpetu, entre curiosidad y alegría, acudió á los ojos, dejando como destituídos los demás miembros, de suerte, que estuve casi un día insensible, inmoble y como muerto, cuando más vivo.
Querer yo aquí exprimirte el intenso sentimiento de mi afecto, el conato de mi mente y de mi espíritu, sería emprender cien imposibles juntos; sólo te digo que aún me dura y durará siempre el espanto, la admiración, la suspensión y el pasmo, que me ocuparon toda el alma.
Bien lo creo, dijo Critilo, que, cuando los ojos ven lo que nunca vieron, el corazón siente lo que nunca sintió.
Miraba el cielo, miraba la tierra, miraba el mar y á todo junto, y á cada cosa de por sí: y en cada objeto de éstos me transportaba, sin acertar á salir de él, viendo, observando, advirtiendo, admirando, discurriendo y lográndolo todo con insaciable fruición.
La novedad.¡Oh, lo que te envidio, exclamó Critilo, tanta felicidad no imaginada! Privilegio único del primer hombre y tuyo llegar á ver con novedad y con advertencia la grandeza, la hermosura, el concierto, la firmeza y la variedad de esta gran máquina criada. Fáltanos la admiración comúnmente á nosotros, porque falta la novedad y con ésta la advertencia. Entramos todos en el mundo con los ojos del alma cerrados y, cuando los abrimos al conocimiento y á la costumbre de ver las cosas, por maravillosas que sean, no deja lugar á la admiración.
Por esto los varones sabios se valieron siempre de la reflexión, imaginando llegar de nuevo al mundo, reparando en sus prodigios, que cada cosa lo es, admirando sus perfecciones y filosofando artificiosamente.
Á la manera, que el que paseando por un deliciosísimo jardín, pasó divertido por sus calles, sin reparar en lo artificioso de sus plantas ni en lo vario de sus flores, vuelve atrás, cuando lo advierte, y comienza á gozar otra vez poco á poco y de una en una cada planta y cada flor: así nos acontece á nosotros, que vamos pasando desde el nacer al morir, sin reparar en la hermop. 18sura y perfección de este universo; pero los varones sabios vuelven atrás, renovando el gusto y contemplando cada cosa con novedad, en el advertir, si no en el ver.
La mayor ventaja mía, ponderaba Andrenio, fué llegar á gozar este colmo de perfecciones á deseo y después de una privación tan violenta.
Felicidad fué tu prisión, dijo Critilo, pues llegaste por ella á gozar todo el bien junto y deseado. Que, cuando las cosas son grandes y á deseo, dos veces se logran. Los mayores prodigios, si son fáciles y á todo querer, se envilecen: el uso libre hace perder el respeto á la más relevante maravilla. Y en el mismo sol fué favor que se ausentase de noche, para que fuese deseado á la mañana. ¡Qué concurso de afectos sería el tuyo! ¡Qué tropel de sentimientos! ¡Qué ocupada andaría el alma, repartiendo atenciones y dispensando afectos! Mucho fué no reventar de admiración, de gozo y de conocimiento.
Creo yo, respondió Andrenio, que ocupada el alma en ver y en entender, no tuvo lugar de partirse y, atropellándose unos á otros los objetos, al paso que la entretenían, la detenían.
Sol espejo divino.Pero ya en esto los alegres mensajeros de este gran monarca de la luz, que tú llamas sol, coronado augustamente de resplandores, ceñido de la guarda de sus rayos, solicitaban mis ojos á rendirle veneraciones de atención y de admiración. Comenzó á ostentarse por este gran trono de cristalinas espumas y con una soberana callada majestad se fué señoreando de todo el hemisferio, llenando todas las demás criaturas de su esclarecida presencia. Aquí yo quedé absorto y totalmente enajenado de mí mismo, puesto en él, émulo del águila más atenta.
¡Oh, qué será, alzó aquí la voz Critilo, aquella inmortal y gloriosa vista de aquel infinito sol divino, aquel llegar á ver su infinitamente perfectísima hermosura! ¡Qué gozo, qué fruición, qué dicha, qué felicidad, qué gloria!
Crecía mi admiración, prosiguió Andrenio, al paso que mi atención desmayaba, porque al que deseé distante, ya le temía cercano. Y aun observé que á ningún otro prodigio se rindió la vista, sino á éste, confesándole inaccesible y con razón solo.
Es el sol, ponderó Critilo, la criatura, que más ostentosamente retrata la majestuosa grandeza del Criador. Llámase sol, porque en su presencia todas las demás lumbreras se retiran; él solo campea. Está en medio de los celestes orbes, como en su centro, corazón del lucimiento y manantial perenne de la luz. Es indefectible, siempre el mismo, único en la belleza. Él hace que se vean todas las cosas y no permite ser visto, celando su decoro y recatando su decencia. Influye y concurre con las demás causas á dar el ser á todas las cosas, hasta el hombre mismo. Es afectadamente comunicativo de su luz y de su alegría, esparciéndose por todas partes y penetrando hasta las mismas entrañas de la tierra. Todo lo baña, alegra é ilustra, fecunda é influye. Es igual, pues nace para todos. Á nadie ha menester de sí abajo y todos le reconocen dependencias. Él es al fin criatura de ostentación, el más luciente espejo, en quien las divinas grandezas se representan.
Todo el día, dijo Andrenio, empleé en él, contemplándole, ya en sí, ya en los reflejos de las aguas, olvidado de mí mismo.
Ahora no me espanto, ponderó Critilo, de lo que dijo aquel otro filósofo, que había nacido para ver el sol. Dijo bien, aunque le entendieron mal é hicieron burla de sus veras. Quiso decir este sabio que en ese sol material contemplaba él aquel divino, realzadamente filosofando que, si la sombra es tan esclarecida ¿cuál será la verdadera luz de aquella infinita increada belleza?
El cielo estrellado.¡Mas ay!, dijo lamentándose Andrenio, que al uso de acá abajo, la grandeza de mi contento se convirtió presto en un exceso de pesar, al ver, digo al no verle. Trocóse la alegría del nacer en el horror del morir, el trono de la mañana en el túmulo de la noche: sepultóse el sol en las aguas y quedé yo anegado en otro mar de mi llanto. Creí no verle más, con que quedé muriendo; pero volví presto á resucitar entre nuevas admiraciones á un cielo coronado de luminarias, haciendo fiesta á mi contento. Asegúrote que no me fué menos agradable vista ésta; antes más entretenida, cuanto más varia.
¡Oh, gran saber de Dios!, dijo Critilo, que halló modo cómo hacer hermosa la noche, que no es menos linda que el día. Noche serena.Impropios nombres la dió la vulgar ignorancia, llamándola fea y desaliñada; no habiendo cosa más brillante y serena. Injúrianla de triste, siendo descanso del trabajo y alivio de nuestras fatigas. Mejor la celebró uno de sabia, ya por lo que se calla, ya por lo que se piensa en ella. Que no sin enseñanza fué celebrada la lechuza en la discreta Atenas por símbolo del saber. No es tanto la noche para que duerman los ignorantes, cuanto para que velen los sabios. Y si el día ejecuta, la noche previene.
En otra gran función y más á lo callado me hallaba muy hallado con la noche, metido en aquel laberinto de las estrellas, unas centellantes, otras lucientes. Íbalas registrando todas, notando su mucha variedad en la grandeza, puestos, movimientos y colores, saliendo unas y ocultándose otras.
Ideando, dijo Critilo, las humanas, que todas caminan á ponerse.
En lo que yo mucho reparé, dijo Andrenio, fué en su maravillosa disposición. Porque, ya que el soberano Artífice hermoseó tanto esta artesonada bóveda del mundo con tanto florón y estrellas, ¿por qué no las dispuso, decía yo, con orden y concierto, de modo que entretejieran vistosos lazos y formaran primorosas labores? No sé cómo me lo diga ni cómo lo declare.
Estrellas, su variedad. Ya te entiendo, acudió Critilo: quisieras tú que estuvieran dispuestas en forma, ya de un artificioso recamado, ya de un vistoso jardín, ya de un precioso joyel, repartidas con arte y correspondencia.
Sí, sí, eso mismo. Porque á más de que campearan otro tanto y fuera un espectáculo muy agradable á la vista, brillantísimo artificio, destruía con eso del todo el divino Hacedor aquel nep. cio escrúpulo de haberse hecho acaso y declaraba de todo punto su divina Providencia.
Reparas bien, dijo Critilo; pero advierte que la divina Sabiduría, que las formó y las repartió de esta suerte, atendió á otra más importante correspondencia, cual lo es de sus movimientos y aquel templarse las influencias. Porque has de saber que no hay astro alguno en el cielo, que no tenga su diferente propiedad: así como las yerbas y las plantas de la tierra. Unas de las estrellas causan el calor y otras el frío; unas secan, otras humedecen; y de esta suerte alternan otras muchas influencias y con esa esencial correspondencia unas á otras se corrigen y se templan. La otra disposición artificiosa, que tú dices, fuera afectada y uniforme; quédese para los juguetes del arte y de la humana niñería. De este modo se nos hace cada noche nuevo el cielo y nunca enfada el mirarlo: cada uno proporciona las estrellas como quiere. Á más de que en esta variedad natural y confusión grave parece tanto más, que el vulgo las llama innumerables y con esto queda como en enigma la suprema asistencia, si bien para los sabios muy clara y entendida.
Celebraba yo mucho aquella gran variedad de colores, dijo Andrenio: unas campean blancas, otras encendidas, doradas y plateadas; sólo eché menos el color verde, siendo el más agradable á la vista.
Es muy terreno, dijo Critilo; quédanse las verduras para la tierra. Acá son las esperanzas, allá la feliz posesión. Es contrario ese color á los ardores celestes, por ser hijos de la humedad corruptible. ¿No reparaste en aquella estrellita, que hace punto en la gran plana del cielo, objeto de los imanes, blanco de sus saetas? Allí el compás de nuestra atención fija la una punta y con la otra va midiendo los círculos, que va dando en vueltas, aunque de ordinario, rodando nuestra vida.
Luna, símbolo del hombre.Confiésote que se me había pasado por pequeña, dijo Andrenio, á más de que ocupó luego toda mi curiosidad aquella hermosa reina de las estrellas, presidente de la noche, sustituta del sol y no menos admirable, ésa que tú llamas luna. Causóme, si no menos gozo, mucha más admiración con sus uniformes variedades, ya creciente, ya menguante y á poco rato llena.
Es segunda presidente del tiempo, dijo Critilo: tiene á medias el mando con el sol. Si él hace el día, ella la noche: si el sol cumple los años, ella los meses; calienta el sol y seca de día la tierra, la luna de noche la refresca y humedece; el sol gobierna los campos, la luna rige los mares: de suerte que son las dos balanzas del tiempo. Pero lo más digno de notarse es que, así como el sol es claro espejo de Dios y de sus divinos atributos, la luna lo es del hombre y de sus humanas imperfecciones: ya crece, ya mengua, ya nace, ya muere, ya está en su lleno, ya en su nada, nunca permaneciendo en un estado. No tiene luz de sí, participa la del sol, eclípsala la tierra, cuando se le interpone. Muestra más sus manchas, cuando está más lucida. Es la ínfima de los planetas en el puesto y en el ser. Puede más en la tierra, que en el cielo. De modo que es mudable, defectuosa, manchada, inferior, pobre, triste y todo se le origina de la vecindad con la tierra.
Toda esta noche y otras muchas, dijo Andrenio, pasé en tan gustoso desvelo, haciendo tantos ojos como el cielo mismo, yo por mirarle y él para ser visto. Mas ya los clarines de la aurora en cantos de las aves comenzaron á hacer salva á la segunda salida del sol, tocando á despejar estrellas y despertar flores. Volvió él á nacer y yo á vivir con verle. Saludéle con afectos ya más tibios.
Que aun el sol, dijo Critilo, á la segunda vez ya no espanta ni á la tercera admira.
Sentí menos viva la curiosidad, cuanto más despierta la hambre. Y así, después de agradecidos aplausos, valiéndome de su luz, en que conocí que era criatura y que como paje de luz me servía, traté de descender á la tierra, obligándome la asistencia del cuerpo á faltar al ánimo, abatiéndome de la más alta contemplación á tan materiales empleos. Fuí bajando, digo humillándome, por aquella mal segura escala, que formaron las mismas ruinas: que de otro modo fuera imposible, y ese favor más reconocí al cielo. Pero, antes de estampar la primera huella en tierra, me falta ya el aliento y aun la voz y así te ruego me socorras de palabras, para poder exprimir la copia de mis sentimientos, que otra vez te convido á nuevas admiraciones, aunque en maravillas terrenas.
CRISI III
La hermosa naturaleza
Condición tiene de linda la varia naturaleza, pues quiere ser atendida y celebrada. Imprimió para ello en nuestros ánimos una viva propensión de escudriñar sus puntuales efectos. Ocupación pésima la llamó el mayor sabio. Y de verdad lo es, cuando para en sola una inútil curiosidad; menester es se realce á los divinos aplausos, alternados con agradecimientos. Y, si la admiración es hija de la ignorancia, también es madre del gusto.
El no admirarse procede del saber en los menos; que en los más, del no advertir. No hay mayor alabanza de un objeto que la admiración, si calificada, que llega á ser lisonja, porque supone excesos de perfección, por más que se retire á su silencio. Pero está muy vulgarizada; que nos suspenden las cosas, no por grandes, sino por nuevas. No se repara ya en los superiores empleos por conocidos: y así andamos mendigando niñerías en la novedad, para acallar nuestra curiosa solicitud con la extravagancia.
Gran hechizo es el de la novedad, que como todo lo tenemos tan visto, pagámonos de juguetes nuevos, así de la naturaleza, como del arte, haciendo vulgares agravios á los antiguos prodigios por conocidos. Lo que ayer fué un pasmo, hoy viene á ser desprecio, no porque haya perdido de su perfección, sino de nuestra estimación; no porque se haya mudado, antes porque no y porque no se nos hace de nuevo.
Redimen esta civilidad del gusto los sabios con hacer reflexiones nuevas sobre las reflexiones antiguas, renovando el gusto con la admiración.
Mas, si ahora nos admira un diamante, por lo extraordinario, una perla peregrina ¿qué ventaja sería en Andrenio llegar á ver de improviso un lucero, un astro, la luna, el sol mismo, todo el campo matizado de flores y todo el cielo esmaltado de estrellas? Díganoslo él mismo, que así proseguía su gustosa relación.
Fecundidad de la tierra. En este centro de hermosas variedades, nunca de mí imaginado, me hallé de repente, dando más pasos con el espíritu, que con el cuerpo, moviendo más los ojos, que los pies. En todo reparaba como nunca visto y todo lo aplaudía como tan perfecto. Con esta ventaja, que ayer, cuando miraba al cielo, sólo empleaba la vista; mas aquí todos los sentidos juntos y aun no eran bastantes, para tanta fruición. Quisiera tener cien ojos y cien manos, para poder satisfacer curiosidades del alma y no pudiera. Discurría embelesado, mirando tanta multitud de criaturas, tan diferentes todas en propiedades y en esencias, en la forma, en el color, en efectos y movimientos. Cogía una rosa, contemplaba su belleza, percibía su fragancia, no hartándome de mirarla y admirarla. Alargaba la otra mano á alguna fruta, empleando de más á más el gusto: ventaja que llevan los frutos á flores. Halléme á poco rato tan embarazado de cosas, que hube de dejar unas para lograr otras, repitiendo aplausos y renovando gustos.
Diversa
multitud
de criaturas. Lo que yo mucho celebraba era el ver tanta multitud de criaturas con tanta diferencia entre sí, tanta pluralidad con tan rara diversidad, que ni una hoja de una planta ni una pluma de un pájaro se equivoca con las de otra especie.
Es que atendió, ponderó Critilo, aquel sabio Hacedor, no sólo á la precisa necesidad del hombre, para quien todo esto sep. 25 criaba, sino á la comodidad y regalo, ostentándose en esto su infinita liberalidad, para obligarle á él, que con la misma generosidad le sirva y le venere.
Conocí luego, prosiguió Andrenio, muchas de aquellas frutas, por haber traído mis brutos á la cueva; mas tuve especial gusto de ver cómo nacen y se crían en sus ramas, cosas que jamás pude atinar, aunque lo discurrí mucho. Burláronme otras no conocidas con su desazón y acedía.
Ése es otro bien admirable asunto de la divina Providencia, dijo Critilo, pues previno que no todos los frutos se sazonasen juntos; sino que se fuesen dando vez, según la variedad de los tiempos y necesidad de los vivientes. Unos comienzan en la primavera, primicias más del gusto, que del provecho, lisonjeando antes por lo temprano, que por lo sazonado; sirven otros más frescos para aliviar el abrasado estío y los secos, como más durables y calientes, para el estéril invierno. Las hortalizas frescas templan los ardores del Julio y las calientes confortan contra los rigores del Diciembre. De suerte que, acabado un fruto, entra el otro, para que con comodidad puedan recogerse y guardarse, entreteniendo todo el año con abundancia y con regalo. ¡Oh, próvida bondad del Criador, y quién puede negar, aun en el secreto de su necio corazón, tan atenta providencia!
Hallábame, proseguía Andrenio, en medio de tan agradable laberinto de prodigios en criaturas, gustosamente perdido, cuando más hallado, sin saber dónde acudir. Dejábame llevar de mi libre curiosidad siempre hambrienta. Cada empleo era para mí un pasmo, cada objeto una nueva maravilla. Cogía esta y aquella flor, solicitada de su fragancia. Lisonjeado de su belleza, no me hartaba de verlas y de olerlas, descogiendo sus hojas y haciendo prolija anatomía de su artificiosa composición. Y de aquí pasaba á aplaudir toda junta la belleza, que en todo el universo resplandece. Utilidad con hermosura.De modo, ponderaba yo, que si es hermosa una flor, mucho más todo el prado; brillante y linda una estrella, p. 26 pero más vistoso y lindo todo el cielo. Porque ¿quién no admira, quién no celebra tanta hermosura junta con tanto provecho?
Tienes buen gusto, dijo Critilo; mas no seas tú uno de aquellos, que frecuentan cada año las florestas, atentos no más que á recrear los materiales sentidos, sin emplear el alma en la más sublime contemplación. Realza el gusto á reconocer aquella beldad infinita de el Criador, que en esta terrestre se representa, infiriendo que, si la sombra es tal, ¿cuál será su causa y la realidad á quien sigue? Haz el argumento de lo muerto á lo vivo y de lo pintado á lo verdadero. Y advierte que, cual suele el primero artífice en la real fábrica de un palacio, no sólo atender á su estabilidad y firmeza, á la comodidad de la habitación; sino á la hermosura y á la elegante simetría, para que le pueda gozar el más noble de los sentidos, que es la vista: así aquel divino Arquitecto de esta gran casa del orbe, no sólo atendió á su comodidad y firmeza; sino á su hermosa proporción. De aquí es que no se contentó con que los árboles rindiesen solos frutos; sino también flores. Júntese el provecho con las delicias. Fabriquen las abejas sus dulces panales y para esto soliciten de una en una toda flor, destílense las aguas saludables y odoríferas, que recreen el olfato y conforten el corazón, tengan todos los sentidos su gozo y su empleo.
¡Mas ay!, replicó Andrenio, que lo que me lisonjearon las flores primero tan fragantes, me entristecieron después ya marchitas.
Retrato, al fin, ponderó Critilo, de la humana fragilidad. Es la hermosura agradable ostentación del comenzar. Nace el año entre las flores de una alegre primavera, amanece el día entre los arreboles de una risueña aurora: y comienza el hombre á vivir entre las risas de la niñez y las lozanías de la juventud; mas todo viene á parar en la tristeza de un marchitarse, en el horror de un ponerse y en la fealdad de un morir, haciendo continuamente del ojo la inconstancia común al desengaño especial.
Después de haber solazado la vista deliciosamente, dijo Andrenio, en un tan extraño concurso de beldades, no menos se recreó el oído con la agradable armonía de las aves. Excelencias
de las aves. Íbame escuchando sus regalados cantos, sus quiebros, trinos, gorjeos, fugas, pausas y melodía, con que hacían en sonora competencia bulla el valle, brega la vega, trisca el risco y los bosques voces, saludando lisonjeras siempre al sol que nace. Aquí noté, con no pequeña admiración que á solas las aves concedió la naturaleza este privilegio del cantar, alivio grande de la vida, pues no hallé bruto alguno de los terrestres, con que los examiné uno á uno, que tuviese la voz agradable; antes todos las forman, no sólo insuaves, pero positivamente molestas y desapacibles. Debe de ser por lo que tienen de bestias.
Es, que las aves, acudió Critilo, como moradoras del aire, son más sutiles: no sólo le cortan con sus alas, sino que le animan con sus picos. Y es en tanto grado esta sutileza alada, que ellas solas llegan á remedar la voz humana, hablando como personas. Si ya no es que digamos, realzando más este reparo, que á las aves, como vecinas al cielo, se les pega, aunque materialmente, el entonar las alabanzas divinas. Otra cosa quiero que observes y es que no se halla ave alguna, que tenga el letífero veneno, como muchos de los animales y aquellos más que andan arrastrando, cosidos con la tierra, que de ella sin duda se les pega esta venenosa malicia, avisando al hombre se realce y se retire de su propio cieno.
Gusté mucho, ponderaba Andrenio, de verlas tan bizarras, tan matizadas de vivos colores, con tan vistosa y vana plumajería.
Y entre todas, añadió Critilo, así aves, como fieras, notarás siempre que es más galán y más vistoso el macho que la hembra, apoyando lo mismo en el hombre; por más que lo desmienta la femenil inclinación y lo disimule la cortesía.
Subordinación de criaturas. Lo que yo mucho admiraba y aún lo celebro, dijo Andrenio, es este tan admirable concierto con que se mueve y se gobierna tanta y tan varia multitud de criaturas, sin embarazarse unas á otras; antes bien dándose lugar y ayudándose todas entre sí.
Eso es, ponderó Critilo, otro prodigioso efecto de la infinita sabiduría del Criador, con la cual dispuso todas las cosas en peso, con número y medida. Porque, si bien se nota, cualquiera cosa criada tiene su centro en orden al lugar, su duración en el tiempo y su fin especial en el obrar y en el ser. Por eso verás que están subordinadas unas á otras, conforme al grado de su perfección.
De los elementos, que son los ínfimos en la naturaleza, se componen los mixtos y entre éstos los inferiores sirven á los superiores. Esas yerbas y esas plantas, que están en el más bajo grado de la vida, pues sólo gozan la vegetativa, moviéndose y creciendo hasta un punto fijo de su perfección en el durar y crecer, sin poder pasar de allí, éstas sirven de alimento á los sensibles vivientes, que están en el segundo orden de la vida, gozando de la sensible sobre la vegetante y son los animales de la tierra, los peces del mar y las aves del aire. Ellos pacen la yerba, pueblan los árboles, comen sus frutos, anidan en sus ramas, se defienden entre sus troncos, se cubren con sus hojas y se amparan con su toldo.
Pero unos y otros, árboles y animales, se reducen á servir á otro tercer grado de vivientes, mucho más perfectos y superiores, que sobre el crecer y el sentir añaden el raciocinar, el discurrir y entender: y éste es el hombre, que finalmente se ordena y se dirige para Dios, conociéndole, amándole y sirviéndole. De esta suerte, con tan maravillosa disposición y concierto, está todo ordenado, ayudándose las unas criaturas á las otras, para su aumento y conservación.
El agua necesita de la tierra que la sustente, la tierra del agua que la fecunde, el aire se aumenta del agua y del aire se ceba y alienta el fuego. Todo está así ponderado y compasado para la unión de las partes y ellas en orden á la conservación de todo el universo.
Aquí son de considerar también con especial y gustosa observación los raros modos y los convenientes medios, de que proveyó á cada criatura la suma Providencia, para el aumento y conservación de su ser y con especialidad á los sensibles vivientes, como más importantes y perfectos, dándole á cada uno su natural instinto para conocer el bien y el mal, buscando el uno y evitando el otro, donde son más de admirar, que de referir las exquisitas habilidades de los unos para engañar y de los otros para escapar del engañoso peligro.
Aunque todo para mí era una prodigiosa continua novedad, dijo Andrenio, renové la admiración al esplayar el ánimo con la vista por esos inmensos golfos. El mar.Paréceme que, envidioso el mar de la tierra, haciéndose lenguas en sus aguas, me acusaba de tardo y á las voces de sus olas me llamaba atento á que emplease otra gran porción de mi curiosidad en su prodigiosa grandeza. Cansado, pues, yo de caminar, que no de discurrir, sentéme en una de estas más eminentes rocas, repitiendo tantos pasmos, cuantas el mar olas. Ponderaba mucho aquella su maravillosa prisión, el ver en un tan horrible y espantoso monstruo, reducido á orillas y sujeto al blando freno de la menuda arena.
¿Es posible, decía yo, que no haya otra muralla para defensa de un tan fiero enemigo, sino el polvo?
Aguarda, dijo Critilo: dos bravos elementos encarceló suavemente fuerte la prevención divina, que, á estar sueltos, hubieran ya acabado con la tierra y con todos sus pobladores. Encerró el mar dentro de los límites de sus arenas y el fuego en los duros senos de los pedernales. Allí está de tal modo encarcelado, que á dos golpes que le llamen, sale pronto, sirve y, en no siendo menester, se retira ó se apaga; que, si esto no fuera, no había mundo para dos días, pereciera todo ó sumergido ó abrasado.
No me podía saciar, dijo Andrenio, volviendo al agua, de mirar su alegre transparencia, aquel su continuo movimiento, hidrópica la vista de los líquidos cristales.
Dicen que los ojos, ponderó Critilo, se componen de los dos humores aqueo y cristalino y esa es la causa porque gustan tanto de mirar las aguas: de suerte, que sin cansarse estará embebido un hombre todo un día viéndolas brollar, caer y correr.
Sobre todo, dijo Andrenio, cuando advertí que iban surcando sus entrañas cristalinas tantos peces, tan diversos de las aves y de las fieras, puedo decir con toda propiedad que quedó mi admiración agotada.
Composición de oposiciones.Aquí, sobre esta roca, á mis solas y á mi ignorancia, me estaba contemplando esta harmonía tan plausible de todo el universo, compuesta de una tan extraña contrariedad, que según es grande, no parece había de poder mantenerse el mundo un solo día. Esto me tenía suspenso. Porque ¿á quién no pasma ver un concierto tan estraño, compuesto de oposiciones?
Así es, respondió Critilo, que todo este universo se compone de contrarios y se concierta de desconciertos. Uno contra otro, exclamó el filósofo: no hay cosa que no tenga su contrario con quien pelee, ya con victoria, ya con rendimiento. Todo es hacer y padecer. Si hay acción, hay repasión. Los elementos, que llevan la vanguardia, comienzan á batallar entre sí, siguiéndoles los mistos, destruyéndose alternativamente. Los males acechan á los bienes, hasta la desdicha la suerte. Unos tiempos son contrarios á otros.
Los mismos astros guerrean y se vencen y, aunque entre sí no se dañan á fuer de príncipes, viene á parar su contienda en daño de los sublunares vasallos. De lo natural pasa la oposición á lo mortal, porque ¿qué hombre hay que no tenga su émulo? ¿Dónde irá uno que no guerree? En la edad se oponen los viejos á los mozos; en la complexión, los flemáticos á los coléricos; en el estado, los ricos á los pobres; en la región, los españoles á los franceses: y así en todas las demás calidades los unos son contra los otros. ¡Pero qué mucho, si dentro del mismo hombre, de las puertas adentro de su terrena casa, está más encendida esta discordia!
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Contrariedad
en el hombre.¿Qué dices, un hombre contra sí mismo?
Sí, que por lo que tiene de mundo, aunque pequeño, todo él se compone de contrarios: los humores comienzan la pelea, según sus parciales elementos; resiste el húmido radical al calor nativo, que á la sorda va limando y á la larga consumiendo. La parte inferior está siempre de ceño con la superior y á la razón se le atreve el apetito y tal vez le atropella.
El mismo inmortal espíritu no está exento de esta tan general discordia, pues combaten entre sí y en él muy vivas las pasiones: el temor las ha contra el valor, la tristeza contra la alegría. Ya apetece, ya aborrece. La irascible se baraja con la concupiscible: ya vence los vicios, ya triunfan las virtudes. Todo es arma y todo guerra. De suerte que la vida del hombre no es otra, que una milicia sobre la haz de la tierra.
¡Mas, oh maravillosa, infinitamente sabia providencia de aquel gran Moderador de todo lo criado, que con tan continua y varia contrariedad de todas las criaturas entre sí, templa, mantiene y conserva toda esta gran máquina del mundo!
Ese portento de atención divina, dijo Andrenio, era lo que yo mucho celebraba, viendo tanta mudanza, con tanta permanencia, que todas las cosas se van acabando, todas ellas perecen; y el mundo siempre el mismo, siempre permanece.
Trazó las cosas de modo el supremo Artífice, dijo Critilo, que ninguna se acabase, que no comenzase luego otra. De modo que de las ruinas de la primera se levanta la segunda. Con esto verás que el mismo fin es principio. La destrucción de una criatura es generación de la otra. Cuando parece que se acaba todo, entonces comienza de nuevo. La naturaleza se renueva, el mundo se remoza, la tierra se establece y el divino gobierno es admirado y adorado.
Alternación
de los tiempos. Más adelante, dijo Andrenio, fuí observando, con no menor reparo, la varia disposición de los tiempos, la alternación de los días con las noches, de el invierno con el estío, mediando las primaveras, porque no se pasase de un extremo á otro.
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Aquí sí que se declaró bien la divina asistencia, ponderó Critilo, en disponer, no sólo los puestos, los centros de las cosas; sino también los tiempos. Sirve el día para el trabajo y para el descanso la noche. En el invierno arraigan las plantas, en la primavera florecen, en el estío fructifican y en el otoño se sazonan y se logran. ¿Qué diremos de la maravillosa invención de las lluvias?
Eso admiré yo mucho, dijo Andrenio, ver descender el agua tan repartida, con tanta suavidad y provecho y tan á sazón.
Añadió Critilo: En los dos meses, que son llaves del año, el Octubre para la sementera y el Mayo para la cogida. Pues la variedad de las lunas no favorece menos á la abundancia de los frutos y á la salud de los vivientes. Porque unas son frías, otras abrasadas, airosas, húmedas y serenas, según los doce meses. Las aguas limpian y fecundan, los vientos purifican y vivifican, la tierra establece donde se sustenten los cuerpos, el aire flexible para que se muevan y diáfano para que puedan verse. De suerte, que sola una Omnipotencia divina, una eterna Providencia, una inmensa Bondad pudieran haber dispuesto una tan gran máquina, nunca bastantemente admirada, alabada y aplaudida.
Verdaderamente que así, prosiguió Andrenio, y así lo ponderaba yo, aunque rudamente. Todos los días y las horas era mi gustoso empleo de andarme de un puesto en otro, de una en otra eminencia, repitiendo admiraciones y repasando discursos, volviendo á contemplar una y muchas veces cada objeto, ya el cielo, ya la tierra, esos prados y esos mares, con insaciable entretenimiento. Pero donde mi atención insistía era en las trazas, con que la eterna Sabiduría supo ejecutar cosas tan dificultosas con tan fácil y primoroso artificio. Gran traza suya fué la firmeza de la tierra en el medio, como fundamento estable y seguro.
Perennidad de los ríos.De todo el edificio, ponderó Critilo, ni fué menor invención la de los ríos, admirables por cierto en sus principios y fines. Aquéllos con perennidad y éstos sin redundancia. La variedad de los vientos, que se perciben y no se sabe de dónde nacen yp. 33 acaban. Conveniencias
de los montes.La hermosura provechosa de los montes, firmes costillas del cuerpo, muelle de la tierra, aumentando su hermosa variedad. En ellos se recogen los tesoros de las nieves, se forjan los metales, se detienen las nubes, se originan las fuentes, anidan las fieras, se empinan los árboles para las naves y edificios y donde se guarecen las gentes de las avenidas de los ríos, se fortalecen contra los enemigos y gozan de salud y de vida.
Todos estos prodigios, ¿quién sino una infinita Sabiduría pudiera ejecutarlos? Así que con razón confiesan todos los sabios que, aunque se juntaran todos los entendimientos criados y alambicaran sus discursos, no pudieran enmendar la más mínima circunstancia ni un átomo de la perfecta naturaleza. Y, si aquel otro rey, aplaudido de sabio, porque conoció cuatro estrellas, tanto se estima en los príncipes al saber, se arrojó á decir que, si él hubiera asistido al lado del divino Hacedor, en la fábrica del universo, muchas cosas se hubieran dispuesto de otro modo y otras mejorado: no fué tanto efecto de su saber, cuanto defecto de su nación, que en este achaque del presumir, aun con el mismo Dios no se modera.
Divinidad descifrada.Aguarda, dijo Andrenio, óyeme esta última verdad, la más sublime de cuantas he celebrado. Yo te confieso que, aunque reconocí y admiré en esta portentosa fábrica del universo estos cuatro prodigios entre muchos, tanta multitud de criaturas con tanta diferencia, tanta hermosura con tanta utilidad, tanto concierto con tanta contrariedad, tanta mudanza con tanta permanencia, portentos todos dignos de aclamarse; con todo eso, lo que á mí me suspendió fué el conocer un Criador de todo, tan manifiesto en sus criaturas y tan escondido en sí, que, aunque todos sus divinos atributos se ostentan, su sabiduría en la traza, su omnipotencia en la ejecución, su providencia en el gobierno, su hermosura en la perfección, su inmensidad en la asistencia, su bondad en la comunicación y así de todos los demás, que, así como ninguno estuvo ocioso entonces, ninguno se esconde ahora; con todo eso está tan oculto este gran Dios, que es conocido y no visto, escondido y manifiesto, tan lejos y tan cerca. Es lo que me tiene fuera de mí y todo en él, conociéndole y amándole.
Es muy connatural, dijo Critilo, en el hombre la inclinación á su Dios, como á su principio y su fin, ya amándole, ya conociéndole. No se ha hallado nación, por bárbara que fuese, que no haya reconocido la Divinidad, grande y eficaz argumento de su divina esencia y presencia. Porque en la naturaleza no hay cosa de balde ni inclinación que se frustre: si el imán busca el norte, sin duda que le hay donde se quiete; si la planta al sol, el pez al agua, la piedra al centro y el hombre á Dios, Dios hay, que es su norte, centro y sol, á quien busque, en quien pare y á quien goce. Este gran Señor dió el ser á todo lo criado; mas él de sí mismo le tiene. Y aun por eso es infinito en todo género de perfección, que nadie le pudo limitar ni el ser ni el lugar ni el tiempo. No se ve; pero se conoce y, como soberano príncipe, estando retirado á su inaccesible incomprensibilidad, nos habla por medio de sus criaturas.
Así que con razón definió un filósofo este universo espejo grande de Dios. Mi libro le llamaba el sabio indocto, donde en cifras de criaturas estudió las divinas perfecciones. Universo definido.Convite es, dijo Filón Hebreo, para todo buen gusto, donde el espíritu se apacienta. Lira acordada le apodó Pitágoras, que con la melodía de su gran concierto nos deleita y nos suspende. Pompa de la majestad increada, Tertuliano, y armonía agradable de los divinos atributos, Trismegisto.
Éstos son, concluyó Andrenio, los rudimentos de mi vida, más bien sentida que relatada: que siempre faltan palabras donde sobran sentimientos. Lo que yo te ruego ahora es que, empeñado de mi obediencia, satisfagas mi deseo, contándome quién eres, de dónde y cómo aportaste á estas orillas por tan extraño rumbo. Díme si hay más mundo y más personas. Infórmame de todo, que serás tan atendido, como deseado.
Á la gran tragedia de su vida, que Critilo refirió á Andrenio, nos convida la siguiente Crisi.
CRISI IV
El despeñadero de la vida
Cuentan que el Amor fulminó quejas y exageró sentimientos delante de la Fortuna, que esta vez no apeló como solía á su madre, desengañado de su flaqueza.
¿Qué tienes, ciego niño?, le dijo la Fortuna.
Y él: ¡Qué bien viene eso con lo que yo pretendo!
¿Con quién las has?
Con todo el mundo.
Mucho me pesa, que es mucho enemigo y, según eso, nadie tendrás de tu parte.
Tuviésete yo á ti, que eso me bastaría: así me lo enseña mi madre y así me lo repite cada día.
¿Y te vengas?
Sí, de mozos y de viejos.
Pues sepamos, ¿qué es el sentimiento?
Tan grande como justo.
¿Es acaso el prohijarte á un vil herrero, teniéndote por concebido, nacido y criado entre hierros?
No por cierto, que no me amarga la verdad.
¿Tampoco será el llamarte hijo de tu madre?
Menos; antes me glorío yo de eso, que ni yo sin ella ni ella sin mí ni Venus sin Cupido ni Cupido sin Venus.
Ya sé lo que es, dijo la Fortuna.
¿Qué?
Que sientes mucho el hacerte heredero de tu abuelo el mar en la inconstancia y engaños.
No por cierto, que éstas son niñerías.
Pues si ellas son burlas, ¿qué serán las veras?
Lo que á mí me irrita es que me levanten testimonios.
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Aguarda, que ya te entiendo: sin duda es aquello, que dicen, que trocaste el arco con la muerte y que desde entonces no te llaman ya Amor de amar; sino de morir, Amor á muerte: de modo que Amor y Muerte todo es uno. Quitas la vida, robas hasta las entrañas, hurtas los corazones, trasponiéndolos donde aman, más que donde animan.
Todo eso es verdad.
Pues si eso es verdad, ¿qué quedará para mentira?
Ahí verás que no paran hasta sacarme los ojos, á pesar de mi buena vista, que siempre la suelo tener buena; y, si no, díganlo mis saetas: han dado en decir que soy ciego. ¿Hay tal testimonio? ¿Hay tal disparate? Y me pintan muy vendado: no sólo los Alpes, que eso es pintar como querer y los poetas, que por obligación mienten y por regla fingen; pero que los sabios y los filósofos estén con esta vulgaridad, no lo puedo sufrir. Pasión ciega.¿Qué pasión hay, díme por tu vida, Fortuna amiga, que no ciegue? ¡Qué! El airado, cuando más furioso, ¿no está ciego de la cólera? ¿Al codicioso no le ciega el interés? ¿El confiado no va á ciegas? ¿El perezoso no duerme? ¿El desvanecido no es un topo para sus menguas? ¿El hipócrita no trae la viga en los ojos? El soberbio, el jugador, el glotón, el bebedor y cuantos hay, ¿no se ciegan con pasiones? ¿Pues por qué á mí, más que á los otros, me han de vendar los ojos, después de sacármelos y querer que por antonomasia me entienda el ciego? Y más siendo esto tan al contrario, que yo me engendro por la vista: viendo crezco, del mirar me alimento y siempre querría estar viendo y haciéndome ojos, como el águila al sol, hecho lince de la belleza. Éste es mi sentimiento. ¿Qué te parece?
¿Qué me parece?, respondió la Fortuna. Lo mismo me sucede á mí y así consolémonos entrambos. Á más de que, mira, Amor, tú y los tuyos tenéis una condición bien rara, por la cual con mucha razón y con toda propiedad os llaman ciegos: y es que á todos los demás tenéis por ciegos, creéis que no ven ni advierten ni saben, de modo que piensan los enamoradosp. 37 que todos los demás tienen los ojos vendados. Ésta sin duda es la causa de llamarte ciego, pagándote con la pena del talión.
Quien quisiera ver esta filosofía, confirmada con la experiencia, escuche esta agradable relación, que dedica Critilo á los floridos años y más al escarmiento.
Mándame revocar, dijo, un dolor, que es más para sentido, que para dicho. Cuan gustosa ha sido para mí tu relación, tan penosa ha de ser la mía. ¡Dichoso tú!, que te criaste entre las fieras, y ¡ay de mí!, que entre los hombres, pues cada uno es un lobo para el otro, si ya no es peor el ser hombre. Tú me has contado cómo viniste al mundo; yo te diré cómo vengo de él y vengo tal, que aun yo mismo me desconozco; y así no te diré quién soy, sino quién era. Dicen que nací en el mar y lo creo, según es la inconstancia de mi fortuna.
Al pronunciar esta palabra mar, puso los ojos en él y al mismo punto se levantó á toda prisa.
Estuvo un rato como suspenso, entre dudas de reconocer y no conocer; mas luego, alzando la voz y señalando:
¿No ves, Andrenio, dijo, no ves? Mira allá, acullá lejos. ¿Qué ves?
Veo, dijo éste, unas montañas que vuelan, cuatro alados monstruos marinos, si no son nubes, que navegan.
No son sino naves, dijo Critilo; aunque bien dijiste nubes, que llueven oro en España.
Estaba atónito Andrenio, mirándoselas venir, con tanto gusto como deseo. Mas Critilo comenzó á suspirar, ahogándose entre penas.
¿Qué es esto?, dijo Andrenio. ¿No es ésta la deseada flota que me decías?
Sí.
¿No vienen allí hombres?
También.
¿Pues de qué te entristeces?
Y aun por eso. Advierte, Andrenio, que ya estamos entrep. 38 enemigos y ya es tiempo de abrir los ojos: ya es menester vivir alerta. Procura de ir con cautela en el ver, en el oir y mucho más en el hablar. Oye á todos y de ninguno te fíes. Tendrás á todos por amigos; pero guardarte has de todos como de enemigos.
Estaba admirado Andrenio, oyendo estas razones, á su parecer tan sin ella, y arguyóle de esta suerte:
Humana fiereza.¿Cómo es esto? Viviendo entre las fieras, no me preveniste de algún riesgo ¿y ahora con tanta exageración me cautelas? No era mayor el peligro entre los tigres y no temíamos ¿y ahora de los hombres tiemblas?
Sí, respondió con un gran suspiro Critilo: que, si los hombres no son fieras es porque son más fieros: que de su crueldad aprendieron muchas veces ellas. Nunca mayor peligro hemos tenido, que ahora que estamos entre ellos. Y es tanta la verdad ésta, que hubo rey, que temió y resguardó un favorecido suyo de sus cortesanos. ¡Qué hiciera de villanos, más que de los hambrientos leones de un lago! Y así selló con su real anillo la leonera, para asegurarle de los hombres, cuando le dejaba entre las hambrientas fieras. Mira tú cuáles serán éstos. Verlos has, experimentarlos has y dirásmelo algún día.
Aguarda, dijo Andrenio. ¿No son todos como tú?
Sí y no.
¿Cómo puede ser eso?
Variedad de genios. Porque cada uno es hijo de su madre y de su humor, casado con su opinión: y así todos parecen diferentes, cada uno de su gesto y de su gusto. Verás unos pigmeos en el ser y gigantes de soberbia. Verás otros al contrario, en el cuerpo gigantes y en el alma enanos. Toparás con vengativos, que la guardan toda la vida y la pegan aunque tarde, hiriendo como el escorpión con la cola. Oirás ó huirás los habladores, de ordinario necios, que dejan de cansar y muelen. Gustarás que unos se ven, otros se oyen, se tocan y se gustan otros de los hombres de burlas, que todo lo hacen cuenta, sin dar jamás en la cuenta. Embarazarte han los maníacos, que en todo se embarazan. ¿Qué dirás de los largos en todo, dando siempre largas? Verás hombres más cortos que los mismos navarros, corpulentos sin sustancia. Y finalmente hallarás muy pocos hombres que lo sean; fieras sí y fieros también, horribles monstruos del mundo, que no tienen más que el pellejo y todo lo demás borra y así son hombres borrados.
Pues díme, ¿con qué hacen tanto mal los hombres, si no les dió la naturaleza armas, como á las fieras? Ellos no tienen garras como el león, uñas como el tigre, trompas como el elefante, cuernos como el toro, colmillos como el jabalí, dientes como el perro, boca como el lobo. ¿Pues cómo dañan tanto?
Y aun por eso, dijo Critilo, la próvida naturaleza privó á los hombres de las armas naturales y como á gente sospechosa los desarmó: no se fió de su malicia. Y si esto no hubiera prevenido, ¿qué fuera de su crueldad? Ya hubieran acabado con todo.
Armas del hombre.Aunque no les faltan otras armas mucho más terribles y sangrientas que ésas, porque tienen una lengua más afilada que las navajas de los leones, con que desgarran las personas y despedazan las honras. Tienen una mala intención, más torcida que los cuernos de un toro y que hiere más á ciegas. Tienen unas entrañas más dañadas que las víboras, un aliento venenoso más que el de los dragones, unos ojos envidiosos y malévolos más que los del basilisco, unos dientes que clavan más que los colmillos de un jabalí y que los dientes de un perro, unas narices fisgonas, encubridoras de su irrisión, que exceden á las trompas de los elefantes.
De modo que sólo el hombre tiene juntas todas las armas ofensivas, que se hallaren repartidas entre las fieras y así él ofende más que todas. Y porque lo entiendas, advierte que entre los leones y los tigres no había más de un peligro, que era perder esta vida material y perecedera; pero entre los hombres hay muchos más y mayores, ya de perder la honra, la paz, la hacienda, el contento, la felicidad, la conciencia y aun el alma. ¡Quép. 40 de engaños, qué de enredos, traiciones, hurtos, homicidios, adulterios, envidias, injurias, detracciones y falsedades, que experimentarás entre ellos! Todo lo cual no se halla ni se conoce entre las fieras. Créeme que no hay lobo, no hay león, no hay tigre, no hay basilisco, que llegue al hombre: á todos excede en fiereza.
Y así dicen por cosa cierta y yo la creo que, habiendo condenado en una república un insigne malhechor á cierto género de tormento muy conforme á sus delitos, que fué sepultarle vivo en una profunda hoya, llena de profundas sabandijas, dragones, tigres, serpientes y basiliscos, tapando muy bien la boca, porque pereciese sin compasión ni remedio. Acertó á pasar por allí un extranjero, bien ignorante de tan atroz castigo y, sintiendo los lamentos de aquel desdichado, fuése llegando compasivo y, movido de sus plegarias, fué apartando la losa que cubría la cueva. Al mismo punto saltó fuera el tigre con su acostumbrada ligereza y, cuando el temeroso pasajero creyó ser despezado, vió que mansamente se le ponía á lamer las manos, que fué más que besárselas. Saltó tras él la serpiente y, cuando la temió enroscada entre sus pies, vió que los adoraba.
Lo mismo hicieron todos los demás, rindiéndosele humildes y dándole las gracias de haberles hecho una tan buena obra, como era librarles de tan mala compañía, cual la de un hombre ruin. Y añadieron que, en pago de tanto beneficio, le avisaban huyese luego, antes que el hombre saliese, si no quería perecer allí á manos de su fiereza. Y al mismo instante echaron todos ellos á huir, unos volando, otros corriendo.
Estábase tan inmoble el pasajero, cuan espantado, cuando salió el último el hombre, el cual concibiendo que su bienhechor Crueldad
humana. llevaría algún dinero, arremetió para él y quitóle la vida, para robarle la hacienda: que éste fué el galardón del beneficio. Juzga tú ahora ¿cuáles son los crueles, los hombres ó las fieras?
Más admirado, más atónito estoy de oir esto, dijo Andrenio, que el día que vi todo el mundo.
Pues aún no haces concepto cómo es, ponderó Critilo, y ves cuán malos son los hombres. Pues advierte que aún son peores las mujeres y más de temer: ¡mira tú cuáles serán!
¿Qué dices?
La verdad.
¿Pues qué serán?
Son, por ahora, demonios; que después te diré más. Sobre todo te encargo y aun te juramento que por ningún caso digas quién somos ni cómo tú saliste á luz ni cómo yo llegué acá: que sería perder no menos que tu libertad y yo la vida. Y, aunque hago agravio á tu fidelidad, huélgome de no haberte acabado de contar mis desdichas, en esto sólo dichosas, asegurando descuidos. Quede doblada la hoja, para la primera ocasión: que no faltarán muchas en una navegación tan prolija.
Ya en esto se percibían las voces de los navegantes y se divisaban los rostros. Era grande la vocería de la chusma: que en todas partes hay vulgo y más insolente donde hay más holgado. Amainaron velas, echaron áncoras y comenzó la gente á saltar en tierra. Fué recíproco el espanto de los que llegaban, de los que les recibían. Desmintiéronle sus muchas preguntas con decir se habían quedado descuidados y dormidos, cuando se hizo á la vela otra flota, conciliando compasión y agasajo.
Estuvieron allí detenidos algunos días cazando y refrescando y, hecha ya agua y leña, se hicieron á la vela en otras tantas alas para la deseada España.
Embarcáronse juntos Critilo y Andrenio hasta en los corazones en una gran carraca, asombro de los enemigos, contraste de los vientos y yugo del océano. Fué la navegación tan peligrosa, cuan larga; pero servía de alivio la narración de sus tragedias, que á ratos hurtados, prosiguió Critilo de esta suerte:
En medio de estos golfos nací, como te digo, entre riesgos y tormentas. Fué la causa que mis padres, españoles ambos y principales, se embarcaron para la India con un grande cargo, merced del gran Filipo, que en todo el mundo manda y apremia.
Venía mi madre con sospechas de traerme en sus entrañas: que comenzamos á ser faltas de una vil materia. Declaróse luego el preñado bien penoso y cogióla el parto en la misma navegación, entre el horror y la turbación de una horrible tempestad, para que se doblase su tormento con la tormenta.
Salí yo al mundo entre tantas aflicciones, presagio de mis infelicidades. Tan temprano comenzó á jugar con mi vida la fortuna, arrojándome de un cabo del mundo al otro. Aportamos á la rica y famosa ciudad de Goa, corte del imperio católico en el Oriente, silla augusta de sus virreyes, emporio universal de la India y de sus riquezas.
Juventud viciosa.Aquí mi padre fué aprisa acaudalando fama y bienes, ayudado de su industria y de su cargo. Mas yo, entre tanto bien, me criaba mal, como rico y como único. Cuidaban más mis padres fuese hombre, que persona. Pero castigó bien el gusto, que recibieron en mis niñeces, el pesar que les di con mis mocedades. Porque fuí entrando de carrera por los verdes prados de la juventud, tan sin freno de razón, cuan picado de los viles deleites.
Cebéme en el juego, perdiendo en un día lo que á mi padre le había costado muchos de adquirir, despreciando ciento á ciento lo que él recogió uno á uno. Pasé luego á la bizarría, rozando galas y costumbres, engalanando el cuerpo lo que desnudaba el ánimo de los verdaderos arreos, que son la virtud y el saber. Ayudábanme á gastar el dinero y la conciencia malos y falsos amigos, lisonjeros, valientes, terceros y entremetidos, viles sabandijas de las haciendas, polillas de la honra y de la conciencia. Sentía esto mi padre, pronosticando el malogro de su hijo y de su casa; mas yo de sus rigores apelaba á la piadosa impertinencia de una madre, que, cuando más me amparaba, me perdía.
Pero donde acabó de perder mi padre las esperanzas y aun la vida fué, cuando me vió enredado en el oscuro laberinto del amor. Puse ciegamente los ojos en una dama, que, aunque noble y con todas las demás prendas de la naturaleza, de hermosa, discreta y de pocos años; pero las de la fortuna, que son hoy las que más se estiman, comencé á idolatrar en su gentileza, correspondiéndome ella con favores. Lo que sus padres me deseaban yerno, los míos la aborrecían nuera. Buscaron modos y medios para apartarme de aquella afición, que ellos llamaban perdición. Trataron de darme otra esposa, más de su conveniencia, que de mi gusto; mas yo, ciego á todo, enmudecía. No pensaba, no hablaba, no soñaba en otra cosa que en Felisinda, que así se llamaba mi dama, llevando ya la mitad de la felicidad en su nombre.
Con estos y otros muchos pesares acabé con la vida de mi padre: castigo ordinario de la paternal connivencia. Él perdió la vida y yo amparo; aunque no lo sentí tanto como debía. Laberinto del amor. Llorólo mi madre por entrambos con tal exceso, que en pocos días acabó los suyos, cuando yo, más libre y menos triste, consoléme presto de haber perdido padre, por poder lograr esposa, teniéndola por tan cierta como deseada. Mas por atender á filiales respetos, hube de violentar mi intento por algunos días, que á mí me parecieron siglos.
En este breve ínterin de esposa, ¡oh, inconstancia de mi suerte!, se barajaron de modo las materias, que la misma muerte, que pareció haber facilitado mis deseos, los vino á dificultar más y aun los puso en estado de imposibles. Fué el caso ó la desdicha que en este breve tiempo murió también un hermano de mi dama, mozo, galán y único mayorazgo de su casa, quedando Felisinda heredera de todo y fénix á todas luces. Juntándose la hacienda y la hermosura, doblaron su estimación, creció mucho en sólo un día y más su fama, adelantándose á los mejores empleos de esta corte.
Con un tan impensado incidente, alteráronse mucho las cosas, mudaron de cara las materias; sola Felisinda no se trocó y, si lo fué, en mayor fineza. Sus padres y sus deudos, aspirando á cosas mayores, fueron los primeros, que se entibiaron en favorecer mi pretensión, que tanto habían antes adelantado. Pasaron sus tibiezas á desvíos, encendiendo más con esto recíprocas voluntades.
Avisábame ella de cuanto se trataba, haciéndome de amante secretario. Declaráronse luego otros competidores, tan poderosos como muchos; pero amantes heridos más de las saetas, que les arrojaba la aljaba de su dote, que el arco del amor. Con todo me daban cuidado: que es todo temores el amor.
El que acabó de apurarme fué un nuevo rival, que á más de ser mozo, galán y rico, era sobrino del virrey, que allá es decir aparte numen y ramo de divinidad. Porque allí el gustar un virrey es obligar y sus pensamientos se ejecutan aun antes que se imaginen.
Comenzó á declararse pretensor de mi dama, tan confiado, como poderoso. Competíamos los dos al descubierto, asistidos cada uno, él del poder y yo del amor. Parecióle á él y á los suyos que era menester más diligencia para derribar mi pretensión tan arraigada como antigua, y para esto dispusieron las materias, despertando á quien dormía. Prometieron su favor é industria á unos contrarios míos, porque me pusiesen pleito en lo más bienparado de mi hacienda, ya para torcer de mi voluntad, ya para acobardar á los padres de Felisinda.
Vime presto solo y enredado en dos dificultosos pleitos, del interés y del amor, que era el que más me desvelaba. No fué bastante este temor de la pérdida de mi hacienda para hacer volver un paso atrás mi afición, que, como la palma, crecía más á más resistencia; pero lo que en mí no pudo obró en los padres y deudos de mi dama que, poniendo los ojos en mayores conveniencias del interés y del honor, trataron… Mas ¿cómo lo podré decir? No sé si acertaré; mejor será dejarlo.
Instó Andrenio en que prosiguiese.
Y él: ¡Eh! ¿Qué es morir? Pues resolvieron matarme, dando mi vida á mi contrario, que lo era mi dama. Avisóme ella la misma noche desde un balcón, como solía. Consultando y pip. 45diéndome el remedio, derramó tantas lágrimas, que encendieron en mi pecho un incendio, un volcán de desesperación y de furia.
Con esto al otro día, sin reparar en inconvenientes ni en riesgos de honra y de vida, guiado de mi pasión ciega, ceñí, no un estoque, sino un rayo penetrante del aljaba del amor, fraguado de celos y de aceros. Salí en busca de mi contrario, remitiendo las palabras á las obras y las lenguas á las manos. Desnudamos los estoques de la compasión y de la vaina. Fuímonos el uno para el otro y á pocos lances le atravesé el acero por medio del corazón, sacándole el amor con la vida. Fruto
de los vicios. Quedó él rendido y yo preso, porque al punto dió conmigo un enjambre de ministros, unos picando en la ambición de complacer al virrey y los más en la codicia de mis riquezas.
Dieron luego conmigo en un calabozo, cargándome de hierros: que éste fué el fruto de los míos. Llegó la triste nueva á oídos de sus padres y mucho más á sus entrañas, deshaciéndose en lágrimas y voces. Gritaban los parientes la venganza y los más templados, justicia. Fulminaba el virrey una muerte en cada extremo. No se hablaba de otro: los más condenándome, los menos defendiéndome y á todos pesaba de nuestra loca desdicha; sola mi dama se alegró en toda la ciudad, celebrando mi valor y estimando mi fineza.
Comenzóse con gran rigor la causa; pero siempre por tela de juicio y lo primero á título de secuestro. Dieron saco verdadero á mi casa, cebándose la venganza en mis riquezas, como el irritado toro en la capa del que escapó; solas pudieron librarse algunas joyas, por retiradas al sagrado de un convento, donde me las guardaban.
No se dió por contenta mi fortuna en perseguirme tan criminal; sino que también civil me dió luego sentencia en contra en el pleito de la hacienda. Perdí bienes, perdí amigos, que siempre corren parejas. Todo esto fuera nada, si no me sacudiera el último revés, que fué acabarme de todo punto. Aborrecidosp. 46 los padres de Felisinda de su desgracia, ecos ya de las mías, habiendo perdido en un año hijo y yerno, determinaron dejar la India y dar la vuelta á la corte, con esperanzas de gran puesto, por sus servicios merecido y con favores del virrey facilitado convirtieron en oro y plata sus haberes y en la primera flota, con toda su hacienda y casa, se embarcaron para España, llevándoseme…
Aquí interrumpieron las palabras los sollozos, ahogándose la voz en el llanto.
Lleváronseme dos prendas del alma de una vez, con que fué doblado y mortal mi sentimiento: la una era Felisinda y otra más que llevaba en sus entrañas, desdichada ya por ser mía. Hiciéronse á la vela y aumentaban el viento mis suspiros, engolfados ellos y anegado yo en un mar de llanto. Quedé en aquella cárcel eternizado en calabozos, pobre y de todos, si no de mis enemigos, olvidado.
Amor despeñadero.Cual suele el que se despeña un monte abajo ir sembrando despojos, aquí deja el sombrero, allá la capa, en una parte los ojos y en otra las narices, hasta perder la vida, quedando reventado en el profundo: así yo, luego que deslicé en aquel despeñadero de marfil, tanto más peligroso, cuanto más agradable, comencé á ir rodando y despeñándome de unas desdichas en otras, dejando en cada tope, aquí la hacienda, allá la honra, la salud, los padres, los amigos y mi libertad, quedando como sepultado en una cárcel, abismo de desdichas.
Mas no digo bien, pues lo que me acarreó de males la riqueza, me restituyó en bienes la pobreza. Puédolo decir con verdad, pues que aquí hallé la sabiduría, que hasta entonces no la había conocido; aquí el desengaño, la experiencia y la salud de cuerpo y alma. Viéndome sin amigos vivos, apelé á los muertos. Pobreza sabia. Di en leer, comencé á saber y á ser persona, que hasta entonces no había vivido la vida racional, sino la bestial. Fuí llenando el alma de verdades y de prendas. Conseguí la sabiduría y con ella el bienobrar, que ilustrado una vez el entendimiento, con facilidad endereza la ciega voluntad. Él quedó rico de noticias y ella de virtudes.
Bien es verdad que abrí los ojos, cuando no hubo ya que ver: que así acontece de ordinario. Estudié las nobles artes y las sublimes ciencias, entregándome con afición especial á la moral filosofía, pasto del juicio, centro de la razón y vida de la cordura. Mejoré de amigos, trocando un mozo liviano por un Catón severo y un necio por un Séneca. Un rato escuchaba á Sócrates y otro al divino Platón. Con esto pasaba con alivio y aun con gusto aquella sepultura de vivos, laberinto de mi libertad.
Pasaron años y virreyes y nunca pasaba el rigor de mis contrarios. Entretenían mi causa, queriendo, ya que no podían conseguir otro castigo, convertir la prisión en sepultura. Al cabo de un siglo de padecer y sufrir, llegó orden de España, solicitado en secreto de mi esposa, que remitiesen allá mi causa y mi persona.
Púsolo en ejecución el nuevo virrey, menos contrario, si no más favorable, en la primera flota. Entregáronme con título de preso á un capitán de un navío, encargándole más el cuidado, que la asistencia. Salí de la India el primer pobre; pero con tal contento, que los peligros de la mar me parecieron lisonjas.
Gané luego amigos: que con el saber se ganan los verdaderos. Entre todos, el capitán de la nave de superior se me hizo confidente: favor que yo estimé mucho, celebrando por verdadero aquel dicho común, que con la mudanza del lugar se muda también de fortuna.
Mas aquí has de admirar un prodigio del humano engaño, un extremo de mal proceder; aquí la porfía de una contraria fortuna y á dónde llegaron mis desdichas. Este capitán y caballero, obligado por todas partes á bienproceder, maleado de la ambición, llevado del parentesco con el virrey mi enemigo y sobornado, á lo que yo más creo, de la codicia vil de mi plata y mis alhajas, reliquias de aquella antigua grandeza (mas ¿á qué no incitará los humanos pechos la execrable sed del oro?), resolvióse á ejecutar la más civil bajeza que se ha oído.
Estando solos una noche en uno de los corredores de popa, gozando de la conversación y marea, dió conmigo, tan descuidado como confiado, en aquel profundo de abismos. Comenzó él mismo á dar voces, para hacer desgracia la traición y aun llorarme, no arrojado, sino caído. Al ruido y á las voces acudieron mis amigos, ansiosos por ayudarme, echando cables y sogas; pero en vano, porque en un instante pasó mucho mar el navío, que volaba, dejándome á mí luchando con las olas y con una dos veces amarga muerte. Arrojáronme algunas tablas, por último remedio y fué una de ellas sagrada áncora, que las mismas olas, lastimadas de mi inocencia y desdicha, me la ofrecieron entre las manos. Asíla tan agradecido, cuan desesperado y besándola la dije: ¡Oh, despojo último de mi fortuna! Leve apoyo de mi vida, refugio de mi última esperanza: ¡serás siquiera un breve ínterin de mi muerte!
Desconfiado de poder seguir el navío fugitivo, me dejé llevar de las olas al albedrío de mi desesperada fortuna. Tirana ella una y mil veces, aún no contenta de tenerme en tal punto de desdichas, echando el resto á su fiereza, conjuró contra mí los elementos en una horrible tormenta, para acabarme con toda solemnidad de desventuras. Ya me arrojaban tan alto las olas, que tal vez temí quedar enganchado en alguna de las puntas de la luna ó estrellado en aquel cielo. Hundíame luego tan en el centro de los abismos, que llegué á temer más el incendio, que el ahogo.
¡Mas ay! que lo que yo lamentaba rigores, fueron favores: que á veces llegan tan á los extremos los males, que pasan á ser dichas. Dígolo porque la misma furia de la tempestad y corriente de las aguas me arrojaron en pocas horas á vista de aquella pequeña isla, tu patria y para mí gran cielo, que de otro modo fuera imposible poder llegar á ella, quedando en medio de aquellos mares rendido de hambre y hartando las marinas fieras. Enp. 49 el mal estuvo el bien. Aquí, ayudándome más el ánimo, que las fuerzas, llegué á tomar puerto en esos brazos tuyos, que otra vez y otras mil quiero enlazar, confirmando nuestra amistad en eterna.
De esta suerte dió fin Critilo á su relación, abrazándose entrambos, renovando aquella primera fruición y experimentando una secreta simpatía de amor y de contento. Emplearon lo restante de su navegación en provechosos ejercicios. Las nobles artes. Porque á más de la agradable conversación, que toda era una bienproseguida enseñanza, le dió noticias de todo el mundo y conocimiento de aquellas artes, que más realzan el ánimo y le enriquecen, como la gustosa historia, la cosmografía, la esfera, la erudición y la que hace personas, la moral filosofía. En lo que puso Andrenio especial estudio fué en aprender lenguas, la latina, eterna tesorera de la sabiduría, la española, tan universal como su imperio, la francesa erudita y la italiana elocuente, ya para lograr los muchos tesoros que en ellas están escritos, ya para la necesidad de hablarlas y entenderlas en su jornada del mundo.
Era tanta la curiosidad de Andrenio, como su docilidad y así siempre estaba confiriendo y preguntando de las provincias, repúblicas, reinos y ciudades; de sus reyes, gobiernos y naciones; siempre informándose, filosofando y discurriendo, con tanta fruición, como novedad, deseando llegar á la perfección de noticias y de prendas. Con tan gustosa ocupación no se sintieron las penalidades de un viaje tan penoso y al tiempo acostumbrado aportaron á este nuevo mundo. En qué parte y lo que en él les sucedió nos lo ofrece referir la Crisi siguiente.
CRISI V
Entrada del mundo
Cauta, si no engañosa, procedió la naturaleza con el hombre al introducirle en este mundo, pues trazó que entrase sin género alguno de conocimiento, para deslumbrar todo reparo. Á escuras llega y aun á ciegas, quien comienza á vivir, sin advertir que vive y sin saber qué es vivir. Críase niño y tan rapaz, que, cuando llora, con cualquier niñería le acalla y con cualquier juguete le contenta. Parece que le introduce en un reino de felicidades y no es sino un cautiverio de desdichas que, cuando llega á abrir los ojos del alma, dando en la cuenta de su engaño, hállase empeñado sin remedio. Vese metido en el lodo de que fué formado y ya ¿qué puede hacer, sino pisarlo, procurando salir de él como mejor pudiere?
Persuádome que, si no fuera con este universal ardid, ninguno quisiera entrar en tan engañoso mundo y que pocos aceptaran la vida después, si tuvieran estas noticias antes. Porque ¿quién, sabiéndolo, quisiera meter el pie en un reino mentido y cárcel verdadera, á padecer tan muchas como varias penalidades? En el cuerpo hambre, sed, frío, calor, cansancio, desnudez, dolores, enfermedades y en el ánimo engaños, persecuciones, envidias, desprecios, deshonras, ahogos, tristezas, temores, iras; desesperaciones y salir al cabo condenado á miserable muerte, con pérdida de todas las cosas, casa, hacienda, bienes, dignidades, amigos, parientes, hermanos, padres y la misma vida, cuando más amada.
Bien supo la naturaleza lo que hizo y mal el hombre lo que aceptó. Quien no te conoce ¡oh vivir! te estime; pero un desengañado tomara antes haber sido trasladado de la cuna á la urna, del tálamo al túmulo. Presagio común es de miserias elp. 51 llorar al nacer. Que, aunque el más dichoso cae de pies, triste posesión toma y el clarín, con que este hombre rey entra en el mundo, no es otro que su llanto: señal que su reinado todo ha de ser de penas. Pero ¿cuál puede ser una vida, que comienza entre los gritos de la madre, que la da, y los lloros del hijo, que la recibe? Por lo menos, ya que le faltó el conocimiento, no el presagio de sus males, si no los concibe, los adivina.
Ya estamos en el mundo, dijo el sagaz Critilo al incauto Andrenio, al saltar juntos en tierra. Pésame que entres en él con tanto conocimiento, porque sé te ha de desagradar mucho. Todo cuanto obró el supremo Artífice está tan acabado, que no se puede mejorar; mas todo cuanto han añadido los hombres es imperfecto. Criólo Dios muy concertado y el hombre lo ha confundido. Digo, lo que ha podido alcanzar; que, aun donde no ha llegado con el poder, con la imaginación ha pretendido trabucarlo.
Mundo civil y natural. Visto has hasta ahora las obras de la naturaleza y admirádolas con razón; verás de hoy adelante las del artificio, que te han de espantar. Contemplado has las obras de Dios; notarás las de los hombres y verás la diferencia. ¡Oh cuán otro te ha de parecer el mundo civil del natural y el humano del divino! Ve prevenido en este punto, para que ni te admires de cuanto vieres ni te desconsueles de cuanto experimentares
Comenzaron á discurrir por un camino tan trillado, como solo y primero. Mas reparó Andrenio que ninguna de las humanas huellas miraba hacia atrás; todas pasaban adelante: señal de que ninguno volvía. Encontraron á poco rato una cosa bien donosa y de harto gusto: era un ejército desconcertado de infantería, un escuadrón de niños de diferentes estados y naciones, como lo mostraban sus diferentes trajes. Todo era confusión y vocería.
Niñez inculta. Íbalos primero recogiendo y después acaudillando una mujer bien rara, de risueño aspecto, alegres ojos, dulces labios y palabras blandas, piadosas manos y toda ella caricias, halagos y cariños. Traía consigo muchas criadas de su genio y de su empleo, para que los asistiesen y sirviesen y así llevaban en brazos los pequeñuelos, otros de los andadores y á los mayorcillos de la mano, procurando siempre pasar adelante.
Era increíble el agasajo con que á todos acariciaba aquella madre común, atendiendo á su gusto y regalo y para esto llevaba mil invenciones de juguetes, con que entretenerlos.
Había hecho también gran provisión de regalos y, en llorando alguno, al punto acudía afectuosa, haciéndole fiestas y caricias, concediéndole cuanto pedía, á trueque de que no llorase. Con especialidad cuidaba de los que iban mejor vestidos, que parecían hijos de gente principal, dejándolos salir con cuanto querían. Era tal el cariño y agasajo que esta, al parecer ama piadosa, les hacía, que los mismos padres la traían sus hijuelos y se los entregaban, fiándolos más de ella, que de sí mismos.
Mucho gustó Andrenio de ver tanta y tan donosa infantería, no acabando de admirar y reconocer al hombre niño. Y tomando en sus brazos uno en mantillas, decíale á Critilo:
¡Es posible, que éste es el hombre! ¡Quién tal creyera! ¡Que este casi insensible, Conde de Monterrey.torpe é inútil viviente ha de venir á ser un hombre tan entendido á veces, tan prudente y tan sagaz como un Catón, un Séneca, un Conde de Monterrey!
Todo es extremos el hombre, dijo Critilo. Ahí verás lo que cuesta el ser persona. Los brutos luego lo saben ser, luego corren, luego saltan; pero al hombre cuéstale mucho, porque es mucho.
Lo que más me admira, ponderó Andrenio, es el indecible afecto de esta rara mujer. ¡Qué madre como ella! ¿Puédese imaginar tal fineza? De esta felicidad carecí yo, que me crié dentro de las entrañas de un monte y entre fieras: allí lloraba hasta reventar, tendido en el duro suelo, desnudo, hambriento y desamparado, ignorando estas caricias.
No envidies, dijo Critilo, lo que no conoces ni llames felicidad, hasta que veas en qué para. De estas cosas toparás muchasp. 53 en el mundo, que no son lo que parecen, sino muy al contrario. Ahora comienzas á vivir; irás viviendo y viendo.
Caminaban con todo este embarazo, sin parar ni un instante, atravesando países; aunque sin hacer estación alguna y siempre cuesta abajo, atendiendo mucho la que conducía el pigmeo escuadrón, á que ninguno se cansase ni lo pasase mal. Dábales de comer una vez sola, que era todo el día.
Hallábanse al fin de aquel paraje, metidos en un valle profundísimo, rodeado á una y otra banda de altísimos montes, que decían ser los más altos puertos de este universal camino. Era noche y muy oscura, con propiedad lóbrega. En medio de esta horrible profundidad, mandó hacer alto aquella engañosa hembra y, mirando á una y otra parte, hizo la señal usada, con que al mismo punto ¡oh maldad no imaginada! ¡oh traición nunca oída! comenzaron á salir de entre aquellas breñas y por las bocas de las grutas ejércitos de fieras, leones, tigres, osos, lobos, serpientes y dragones, que arremetiendo de improviso, dieron en aquella tierna manada de flacos y desarmados corderillos, haciendo un horrible estrago y sangrienta carnicería. Porque arrastraban á unos, despedazaban á otros, mataban, tragaban y devoraban cuantos podían.
Monstruo había, que de un bocado se tragaba dos niños y, no bien engullidos aquéllos, alargaba las garras á otros dos. Fiera había, que estaba desmenuzando con los dientes el primero y despedazando con las uñas el segundo, no dando treguas á su fiereza. Discurrían todas por aquel lastimoso teatro, babeando sangre, teñidas las bocas y las garras en ella. Cargaban muchas con dos y con tres de los más pequeños y llevábanlos á sus cuevas, para que fuesen pasto de sus ya fieros cachorrillos. Todo era confusión y fiereza: espectáculo verdaderamente fatal y lastimero.
Y era tal la candidez ó simplicidad de aquellos infantes tiernos, que tenían por caricias el hacer presa en ellos y por fiesta el despedazarlos, convidándolas ellos mismos risueños y provocándolas con abrazos.
p. 54Quedó atónito, quedó aterrado Andrenio, viendo una tan horrible traición, una tan impensada crueldad y, puesto en lugar seguro á diligencias de Critilo, lamentándose decía:
¡Oh, traidora! ¡oh, bárbara! ¡oh, sacrílega mujer, más fiera, que las mismas fieras! ¿Es posible que en esto han parado tus caricias? ¿Para esto era tanto cuidado y asistencia? ¡Oh, inocentes corderillos, qué temprano fuísteis víctima de la desdicha! ¡Qué presto llegásteis al degüello! ¡Oh, mundo engañoso! ¿Y esto se usa en ti? ¿De estas hazañas tienes? Yo he de vengar por mis propias manos una maldad tan increíble.
Diciendo y haciendo, arremetió furioso para despedazar con sus dientes aquella cruel tirana; mas no la pudo hallar, que ya ella con todas sus criadas habían dado vuelta, en busca de otros tantos corderillos, para traerlos vendidos al matadero. De suerte que ni aquéllos cesaban de traer ni éstas de despedazar ni de llorar Andrenio tan irreparable daño.
En medio de tan espantosa confusión y cruel matanza, amaneció de la otra parte del valle, por lo más alto de los montes, con rumbos de aurora, otra mujer y con razón otra, que tan cercada de luz, como rodeada de criadas, desalada, cuando más volando, descendía á librar tanto infante como perecía. Ostentó su rostro muy sereno y grave, que de él y de la mucha pedrería de su recamado ropaje despedía tal inundación de luces, que pudieron muy bien suplir y aun con ventajas la ausencia del rey del día. Era hermosa por extremo y coronada por reina entre todas aquellas beldades sus ministras.
¡Oh, dicha rara! Al mismo punto que la descubrieron las encarnizadas fieras, cesando de la matanza, se fueron retirando á todo huir y, dando espantosos aullidos, se hundieron en sus cavernas. Llegó piadosa ella y comenzó á recoger los pocos que habían quedado y aun ésos muy malparados de araños y de heridas.
Íbanlos buscando con gran solicitud aquellas hermosísimas doncellas y aun sacaron muchos de las oscuras cuevas y de las mismas gargantas de los monstruos, recogiendo y amparandop. 55 cuantos pudieron. Y notó Andrenio que eran éstos de los más pobres y de los menos asistidos de aquella maldita hembra. De modo que en los más principales, como más lucidos, habían hecho las fieras mayor riza.
Cuando los tuvo todos juntos, sacólos á toda prisa de aquella tan peligrosa estancia, guiándolos de la otra parte del valle, el monte arriba, no parando hasta llegar á lo más alto, que es lo más seguro. Desde allí se pusieron á ver y contemplar con la luz, que su gran libertadora les comunicaba, el gran peligro en que habían estado y hasta entonces no conocido.
Teniéndolos ya en salvo, fué repartiendo preciosísimas piedras, una á cada uno que, sobre otras virtudes contra cualquier riesgo, arrojaban de sí una luz tan clara y apacible, que hacían de la noche día: y lo que más se estimaba, era el ser indefectible. Fuélos encomendando á algunos sabios varones, que los apadrinasen y guiasen siempre cuesta arriba, hasta la gran ciudad del mundo.
Ya en esto se oían otros tantos alaridos de otros tantos niños que, acometidos en el funesto valle de las fieras, estaban pereciendo. Al mismo punto aquella piadosa reina, con todas sus amazonas, marchó volando á socorrerlos.
Estaba atónito Andrenio de lo que había visto, parangonando tan diferentes sucesos y en ellos la alternación de males y de bienes de esta vida.
¡Qué dos mujeres éstas tan contrarias!, decía. ¡Qué asuntos tan diferentes! ¿No me dirás, Critilo, quién es aquella primera para aborrecerla y quién esta segunda para celebrarla?
¿Qué te parece, dijo, de esta primera entrada del mundo? ¿No es muy conforme á él y á lo que yo te decía? Nota bien lo que acá se usa y, si tal es el principio, díme ¿cuáles serán los progresos y sus fines? Para que abras los ojos y vivas siempre alerta entre enemigos, saber deseas quién es aquella primera y cruel mujer, que tú tanto aplaudías. Créeme que ni el alabar ni el vituperar ha de ser hasta el fin.
p. 56Inclinación
mal anticipada.Sabrás que aquella primera tirana es nuestra mala inclinación, la propensión al mal. Ésta es la que luego se apodera de un niño, previene á la razón y se adelanta. Reina y triunfa en la niñez, tanto que los propios padres, con el intenso amor que tienen á sus hijuelos, condescienden con ellos y, porque no llore el rapaz, le conceden cuanto quiere. Déjanle hacer su voluntad en todo y salir con la suya siempre y así se cría vicioso, vengativo, colérico, glotón, terco, mentiroso, desenvuelto, llorón, lleno de amor propio, de ignorancia, ayudando de todas maneras á la natural, siniestra inclinación. Apoderándose con esto de un muchacho, sus pasiones cobran fuerza con la paternal connivencia, prevalece la depravada propensión al mal y ésta con sus caricias trae un tierno infante al valle de las fieras, á ser presa de los vicios y esclavo de sus pasiones.
De modo que, cuando llega la razón, que es aquella otra reina de la luz, madre del desengaño, con las virtudes sus compañeras, ya los halla depravados, entregados á los vicios y muchos de ellos sin remedio. Aurora
de la vida.Cuéstale mucho sacarlos de las uñas de sus malas inclinaciones y halla grande dificultad en encaminarlos á lo alto y seguro de la virtud. Porque es llevarlos cuesta arriba. Perecen muchos y quedan hechos oprobio de su vicio y más los más ricos, los hijos de señores y de príncipes, en los cuales el criarse con más regalo es ocasión de más vicio. Los que se crían con necesidad y tal vez entre los rigores de una madrastra son los que mejor libran, como Hércules, y ahogan estas serpientes de sus pasiones en la misma cuna.
¿Qué piedra tan preciosa es esta, preguntó Andrenio, que nos ha entregado á todos con tal recomendación?
Has de saber, le respondió Critilo, que lo que fabulosamente atribuyeron muchos á algunas piedras aquí se halla ser evidencia, porque ésta es el verdadero carbunclo, que resplandece en medio de las tinieblas, así de la ignorancia como del vicio. Éste es el diamante finísimo, que entre los golpes del padecer y entre los incendios del apetecer está más fuerte y brillante. p. 57 Ésta es la piedra de toque que examina el bien y el mal. Ésta la piedra imán, atenta al norte de la virtud. Finalmente esta es la piedra de todas las virtudes, que los sabios llaman el dictamen de la razón, el más fiel amigo que tenemos.
Así iban confiriendo, cuando llegaron á aquella tan famosa encrucijada, donde se divide el camino y se diferencia el vivir. Estación célebre, por la dificultad que hay, no tanto de parte del saber, cuanto del querer, sobre qué senda y á qué mano se ha de echar.
Vióse aquí Critilo en mayor duda porque, siendo la tradición común ser dos los caminos, el plausible de la mano izquierda por lo fácil, entretenido y cuesta abajo, y al contrario el de mano derecha áspero, desapacible y cuesta arriba, halló con no poca admiración que eran tres los caminos, dificultando más su elección.
Bivio humano.¡Válgame el cielo!, decía, ¿no es éste aquel tan sabio bivio, donde el mismo Hércules se halló perplejo sobre cuál de los dos caminos tomaría? Miraba adelante y atrás, preguntándose á sí mismo. ¿No es ésta aquella docta letra de Pitágoras, en que cifró toda la sabiduría, que hasta aquí procede igual y después se divide en dos ramos, uno espacioso del vicio y otro estrecho de la virtud? Pero con diversos fines, que el uno va á parar en el castigo y el otro en la corona. Aguarda, decía. ¿Dónde están aquellos dos aledaños de Epicteto: el Abstine en el camino del deleite y el Sustine en el de la virtud? Basta que habemos llegado á tiempos, que hasta los caminos reales se han mudado.
¿Qué montón de piedras es aquél, preguntó Andrenio, que está en medio de las sendas?
Lleguémonos allá, dijo Critilo, que el índice del numen vial, juntamente nos está llamando y dirigiendo. Éste es el misterioso montón de Mercurio, en quien significaron los antiguos que la sabiduría es la que ha de guiar y que por donde nos llama el cielo habemos de correr: eso está voceando aquella mano.
Pero el montón de piedras, ¿á qué propósito, replicó Andrenio, extraño despojo del camino, amontonando tropiezos?
Estas piedras, respondió suspirando Critilo, las arrojan aquí los viandantes, que en esto pagan la enseñanza: éste es el galardón que se le da á todo maestro y entiendan los de la verdad y virtud que hasta las piedras se han de levantar contra ellos. Acerquémonos á esta columna, que ha de ser el oráculo en tanta perplejidad.
Leyó Critilo el primer letrero, que con Horacio decía:
Mediocridad de oro.Medio hay en las cosas, tú no vayas por los extremos.
Estaba toda ella de alto á bajo labrada de relieve con extremado artificio, compitiendo los primores materiales de la simetría con los formales del ingenio. Leíanse muchos sentenciosos aforismos y campeaban historias alusivas. Íbalas admirando Andrenio y comentándolas Critilo con gustoso acierto.
Allí vieron al temerario joven, montando en la carroza de luces y su padre le decía:
Ve por el medio y correrás seguro.
Éste fué, declaró Critilo, un mozo que entró muy orgulloso en un gobierno y, por no atender á la mediocridad prudente, como lo aconsejaban sus ancianos, perdió los estribos de la razón y, tantos vapores quiso levantar en tributos, que lo abrasó todo, perdiendo el mundo y el mando.
Seguíase Ícaro, desalado en caer, pasando de un extremo á otro, de los fuegos á las aguas; por más que le voceaba Dédalo:
¡Vuela por el medio!
Éste fué otro arrojado, ponderaba Critilo, que, no contento con saber lo que basta, que es lo conveniente, dió en sutilezas malfundadas y, tanto quiso adelgazar, que le mintieron las plumas y dió con sus quimeras en el mar de un común y amargo llanto: que va poco de penas á penas.
Aquél es el célebre Cleóbulo, que está escribiendo en tres cartas consecutivas esta palabra sola: Modo.Modo, al rey, que en otras tres le había pedido un consejo, digno de su saber, para reinar con acierto.
Mira aquel otro de los siete de Grecia, eternizado sabio por sola aquella sentencia: Huye en todo la demasía. Porque siempre dañó más lo más que lo menos.
Estaban de relieve todas las virtudes con plausibles empresas en tarjetas y roleos. Comenzaban por orden, puesta cada una en medio de sus dos viciosos extremos y en lo bajo la fortaleza, asegurando el apoyo á las demás, recostada sobre el cojín de una columna, media entre la temeridad y la cobardía. Procediendo así todas las otras, remataba la prudencia, como reina, y en sus manos tenía una preciosa corona con este lema: Para el que ama la mediocridad de oro.
Leíanse otras muchas inscripciones, que formaban lazos y servían de definiciones al artificio y al ingenio. Coronaba toda esta máquina elegante la felicidad muy serena, recodada en sus varones sabios y valerosos, ladeada también de sus dos extremos, el llanto y la risa, cuyos atlantes eran Heráclito y Demócrito, llorando siempre aquél y éste riendo.
Mucho gustó Andrenio de ver y de entender aquel maravilloso oráculo de toda la vida. Mas ya en esto se había juntado mucha gente en pocas personas, porque los más, sin consultar otro numen que su gusto, daban por aquellos extremos, llevados de su antojo y su deleite.
Llegó uno y sin informarse, muy á lo necio, echó por otro extremo, bien diferente del que todos creyeron, que fué por el de presumido, con que se perdió luego.
Vano.Tras éste venía un vano, que tan mal y sin preguntar, pero con lindo aire, tomó el camino más alto. Y como él estaba vacío de hueco y el viento iba arreciando, vencióle presto y dió con él allí abajo, con venganza de muchos, que, como iba tan alto, el subir y el caer fué á vista y á risa de todo el mundo.
Había un camino sembrado de abrojos y, cuando se persuadió Andrenio que ninguno iría por él, vió que muchos se apasionaban Vengativos. y había puñadas sobre cuál sería el primero. El carril de las bestias era el más trillado. Y preguntándole á un homp. 60bre, que lo parecía, cómo iba por allí, respondió que por no irse solo.
Glotones. Junto á éste estaba otro camino muy breve y todos los que iban por él hacían gran prevención de manjares y de regalos; mas no caminaban mucho, que más son los que mueren de ahito, que de hambre.
Pretendían algunos ir por el aire; pero desvanecíaseles la cabeza, con que caían. Y éstos de ordinario no daban en cielo ni en tierra.
Lascivos. Encarrilaban muchos por un paseo muy ameno y delicioso: íbanse de prado en prado muy entretenidos y placenteros, saltando y bailando, cuando á lo mejor caían rendidos, sudando y gritando, sin poder dar un paso, haciendo malísimas caras, por haberlas hecho buenas.
De un paso se quejaban todos que era muy peligroso, infestado siempre de ladrones y, aunque lo sabían, echaban no pocos por él, diciendo que ellos se entenderían con los otros y al cabo todos se hacían ladrones, robándose unos á otros.
Avaros.Preguntaban unos, con no poca admiración de Andrenio y gusto de Critilo, por topar quien repasase y se informase: pedían cuál era el camino de los perdidos. Creyeron que para huir de él y fué al contrario, que, en sabiéndolo, tomaron por allí la derrota.
¡Hay tal necedad!, dijo Andrenio, y viendo entre ellos algunos personajes de harta importancia, preguntáronles cómo iban por allí y respondieron que ellos no iban, sino que los llevaban.
No era menos calificada la de otros, que todo el día andaban alrededor, moliéndose y moliendo, sin pasar adelante ni llegar jamás al centro.
No hallaban el camino otros: todo se les iba en comenzar á caminar; nunca acababan y luego paraban, no acertando á dar un paso, con las manos en el seno y, si pudieran, aun metieran los pies: éstos jamás llegaban al cabo con cosa.
Dijo uno que él quería ir por donde ningún otro hubiese cap. 61minado jamás. Nadie le pudo encaminar. Tomó el de su capricho y presto se halló perdido.
¿No adviertes, dijo Critilo, que casi todos toman el camino ajeno y dan por el extremo contrario de lo que se pensaba? El necio da en presumido y el sabio hace del que no sabe, el cobarde afecta el valor y todo es tratar de armas y pistolas y el valiente las desdeña, el que tiene da en no dar y el que no tiene desperdicia, la hermosa afecta el desaliño y la fea revienta por parecer, el príncipe se humana y el hombre bajo afecta divinidades, el elocuente calla y el ignorante se lo quiere hablar todo, el diestro no osa obrar y el zurdo no para. Todos al fin verás que van por extremos, errando el camino de la vida de medio á medio.
Echemos nosotros por el más seguro, aunque no tan plausible, que es el de una prudente y feliz medianía, no tan dificultoso como el de los extremos, por contenerse siempre en un buen medio.
Pocos le quisieron seguir; más luego que se vieron encaminados, sintieron una notable alegría interior y una grande satisfacción de la conciencia. Advirtieron más, que aquellas preciosas piedras, ricas prendas de la razón, comenzaron á resplandecer tanto, que cada una parecía un brillante lucero, haciéndose lenguas en rayos y diciendo: ¡Éste es el camino de la verdad y la verdad de la vida!
Al contrario todas las de aquellos, que siguieron sus antojos, se vieron perder su luz, de modo, que parecieron quedar de todo punto ofuscadas y ellos eclipsados: tan errado el dictamen, como el camino.
Viendo Andrenio que caminaban siempre cuesta arriba, dijo:
Este camino, más parece que nos lleva al cielo, que al mundo.
Así es, le respondió Critilo, porque son las sendas de la eternidad y, aunque vamos metidos en nuestra tierra; pero muy superiores á ella, señores de los otros y vecinos á las estrellas. Ellas nos guíen, que ya estamos engolfados entre Escilas y Caribdis del mundo.
Esto dijo al entrar en una de sus más célebres ciudades, gran Babilonia de España, emporio de sus riquezas, teatro augusto de las letras y las armas, esfera de la nobleza y gran plaza de la vida humana.
Quedó espantado Andrenio de ver el mundo, que no le conocía, mucho más admirado que allá, cuando salió á verlo de su cueva. ¿Pero qué mucho, si allí lo miraba de lejos y aquí tan de cerca? Allí contemplando, aquí experimentando. Que todas las cosas se hallan muy trocadas, cuando tocadas. Lo que novedad le causó fué el no topar hombre alguno; aunque los iban buscando con afectación en una ciudad populosa y al sol de mediodía.
¿Qué es esto?, decía Andrenio. ¿Dónde están estos hombres? ¿Qué se han hecho? ¿No es la tierra su patria tan amada, el mundo su centro y tan querido? ¿Pues cómo lo han desamparado? ¿Dónde habrán ido, que más valgan?
Iban por una y otra parte solícitamente buscándolos sin poder descubrir uno tan sólo, hasta que…; pero cómo y dónde los hallaron nos lo contará la otra Crisi.
CRISI VI
Estado del siglo
Quien oye decir mundo concibe un compuesto de todo lo criado, muy concertado y perfecto. Y con razón, pues toma el nombre de su misma belleza. Mundo quiere decir lindo y limpio. Imagínase un palacio muy bien trazado, al fin por la infinita Sabiduría, muy bien ejecutado por la Omnipotencia, alhajado por la divina Bondad, para morada del rey hombre, que como partícipe de razón, presida en él y le mantenga en aquel primer concierto, en que su divino Hacedor le puso. De suerte quep. 63 mundo no es otra cosa que una casa hecha y derecha por el mismo Dios y para el hombre; no hay otro modo cómo poder declarar su perfección.
Así había de ser, como el mismo nombre lo blasona, su principio lo afianza y su fin lo asegura; pero cuán al contrario sea esto y cuál le haya parado el mismo hombre, cuánto desmienta el hecho al dicho, pondérelo Critilo, que con Andrenio se hallaban ya en el mundo, aunque no bien hallados en fe de tan personas.
En busca iban de los hombres, sin poder descubrir uno, cuando al cabo de rato y cansancio, toparon con medio, un medio hombre y medio fiera. Holgóse tanto Critilo, cuanto se inmutó Andrenio, preguntando:
¿Qué monstruo es éste tan extraño?
No temas, respondió Critilo, que éste es más hombre que los mismos, éste es el maestro de los reyes y rey de los maestros, éste es el sabio Quirón. ¡Oh, qué bien nos viene y cuán á la ocasión! pues él nos guiará en esta primera entrada del mundo y nos enseñará á vivir: que importa mucho á los principios.
Fuése para él saludándole y correspondió el centauro con doblada humanidad. Díjole cómo iban en busca de los hombres y que, después de haber dado cien vueltas, no habían podido hallar uno tan sólo.
No me espanto, dijo él, que no es este siglo de hombres, digo de aquellos famosos de otros tiempos. ¿Qué? Estéril siglo.¿Pensábais hallar ahora un don Alonso el Magnánimo en Italia, un Gran Capitán en España, un Enrique IV en Francia, haciendo corona de su espada y de sus guarniciones lises? Ya no hay tales héroes en el mundo ni aun memoria de ellos.
¿No se van haciendo?, replicó Andrenio.
No llevan traza y para luego es tarde.
Pues de verdad que ocasiones no han faltado.
¿Cómo no se han hecho?, preguntó Critilo. ¿Por qué se han deshecho?
Hay mucho que decir en ese punto, ponderó Quirón. Unos lo quieren ser todo y al cabo son menos que nada; valiera más no hubieran sido. Dicen también que corta mucho la envidia con las tijerillas de Tomeras. Pero yo digo que ni es eso ni esotro; sino que, mientras el vicio prevalezca, no campeará la virtud y, sin ella, no puede haber grandeza heroica. Creedme que esta Venus tiene arrinconadas á Belona y á Minerva en todas partes y no trata ella, sino con viles herreros, que todo lo tiznan y todo lo hierran. Al fin no nos cansemos, que él no es siglo de hombres eminentes ni en las armas ni en las letras. Pero decidme ¿dónde los habéis buscado?
Y Critilo: ¿Dónde los habemos de buscar, sino en la tierra? ¿No es ésta su patria y su centro?
¡Qué bueno es eso!, dijo el centauro. ¡Mirad! ¿Cómo los habíais de hallar? No los habéis de buscar ya en todo el mundo, que ya han mudado del hito: nunca está quieto el hombre, con nada se contenta.
Pues menos los hallaremos en el cielo, dijo Andrenio.
Menos, que no están ya ni en el cielo ni en la tierra.
¿Pues dónde los habemos de buscar?
¿Dónde? En el aire.
¿En el aire?
Sí, que allí se han fabricado castillos en el aire, torres de viento, donde están muy encastillados, sin querer salir de su quimera.
Castillos
en el aire.Según eso, dijo Critilo, todas sus torres vendrán á serlo de confusión y, por no ser Janos de prudencia, les picarán las cigüeñas manuales señalándolos con el dedo y diciendo:
¿Éste no es aquel hijo de aquel otro?
De suerte, que con lo que ellos echaron á las espaldas los demás les darán en el rostro.
Otros muchos, prosiguió el Quirón, se han subido á las nubes. Y aun hay quien, no levantándose del polvo, pretende tocar con la cabeza en las estrellas. Paséanse no pocos por losp. 65 espacios imaginarios, camaranchones de su presunción; pero la mayor parte hallaréis acullá sobre el cuerno de la luna y aun pretenden subir más alto, si pudieran.
Tiene razón, voceó Andrenio. Acullá están, allá los veo y aun allí andan empinándose, tropezando unos y cayendo otros, según las mudanzas suyas y de aquel planeta, que ya les hace una cara y ya otra. Y aun ellos también no cesan entre sí de armarse zancadillas, cayendo todos con más daño que escarmiento.
¡Hay tal locura!, repetía Critilo. ¿No es la tierra su lugar proprio del hombre, su principio y su fin? ¿No les fuera mejor conservarse en este medio y no querer encaramarse con tan evidente riesgo? ¡Hay tal disparate!
Sí lo es grande, dijo el semihombre, materia de harta lástima para unos y de risa para otros, ver que el que ayer no se levantaba de la tierra ya le parece poco un palacio, ya habla sobre el hombro el que ayer llevaba la carga en él, el que nació entre malvas pide los artesones de cedro, el desconocido de todos hoy desconoce á todos, el hijo tiene el puntillo de los muchos que dió su padre. El que ayer no tenía para pasteles, asquea el faisán, blasona de linajes; el de conocido solar, el vos, es señoría. Todos pretenden subir y ponerse sobre los cuernos de la luna, más peligrosos que los de un toro, pues, estando fuera de su lugar, es forzoso dar abajo con ejemplar infamia.
Fieras
ciudadanas. Fuélos guiando á la plaza mayor, donde hallaron paseándose gran multitud de fieras y todas tan sueltas como libres, con tan notable peligro de los incautos. Había leones, tigres, leopardos, lobos, toros, panteras, muchas vulpejas. Ni faltaban sierpes, dragones y basiliscos.
¿Qué es esto?, dijo turbado Andrenio. ¿Dónde estamos? ¿Es esta población humana ó selva ferina?
No tienes que temer, que cautelarte sí, dijo el centauro.
Sin duda que los pocos hombres que habían quedado se han retirado á los montes, ponderó Critilo, por no ver lo que en elp. 66 mundo pasa y que las fieras se han venido á las ciudades y se han hecho cortesanas.
Así es, respondió Quirón: el león de un poderoso, con quien no hay poderse averiguar, el tigre de un matador, el lobo de un ricazo, la vulpeja de un fingido, la víbora de una ramera: toda bestia y todo bruto han ocupado las ciudades. Ésas rúan las calles, pasean las plazas; y los verdaderos hombres de bien no osan parecer, viviendo retirados dentro de los límites de su moderación y recato.
¿No nos sentamos en aquel alto, dijo Andrenio, para poder ver, cuando no gozar con seguridad y con señorío?
Eso no, respondió Quirón: no está el mundo para tomarlo de asiento.
Pues arrimémonos aquí á una de estas columnas, dijo Critilo.
El rico
más rico. Tampoco: que todos son falsos los arrimos de esta tierra; vamos paseando y pasando.
Estaba muy desigual el suelo, porque á las puertas de los poderosos, que son los ricos, había unos grandes montones que relucían mucho.
¡Oh, qué de oro!, dijo Andrenio.
Y el Quirón: Advierte que no lo es todo lo que reluce.
El pobre
más pobre. Llegaron más cerca y conocieron que era basura dorada. Al contrario, á las puertas de los pobres y desvalidos había unas tan profundas y espantosas simas, que causaban horror á cuantos las miraban y así ninguno se acercaba de mil leguas. Todos las miraban de lejos. Y es lo bueno que todo el día sin cesar muchas y grandes bestias estaban acarreando hediondo estiércol y lo echaban sobre el otro, amontonando tierra sobre tierra.
¡Cosa rara!, dijo Andrenio. Aun economía no hay. ¿No fuera mejor echar toda esta tierra en aquellos grandes hoyos de los pobres, con que se emparejara el suelo y quedara todo muy igual?
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